Este segundo volumen de la trilogía
que la australiana M. K. Hume ha dedicado a la figura del Rey Arturo transcurre
entre el fin del principio (el ascenso de Artor al trono) con el que terminaba El hijo del dragón y el principio del
fin con el que comienza El cáliz maldito.
Narra, por lo tanto, lo que serían los años dorados del reinado del legendario
monarca británico, hasta que su principal consejero, Myrddion, abandona la
corte.
En el lado positivo hay que señalar
algo que aprecio especialmente en todos los autores (y que Stephen King lleva a
su máximo grado), como es el hecho de no tener escrúpulos a la hora de acabar
con personajes queridos para el lector (y, supongo, también para la autora). En
esta obra los personajes, en general, fallecen por causa de la edad, como es el
caso de Antor o de Targo; en el caso de otros, como Luka, nos ahorra los
detalles más escabrosos de su muerte violenta.
Otro buen detalle es que personajes
que en el canon artúrico resultan simplemente antipáticos, como Keu (Kay) o Wenhaver
(Ginebra), aquí pasan a ser directamente los villanos de la historia.
En el lado negativo, continúan las
inconsistencias, ya no con la Trilogía de
Merlín (cosa comprensible, puesto que sería publicada más tarde), sino
incluso con el primer volumen de ésta. En efecto, en el dramatis personae se dice que Gallia fue asesinada por un grupo de
desertores, cuando cualquiera que haya leído El hijo del dragón sabe que no fue así.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!