NOTA PARA LECTORES SORPRENDIDOS (sí, esto va por
vosotros, Agustín y Mili): En mi blog, además de hablar de política (casi
siempre acabo hablando de eso, aunque el tema inicial pudiera ser otro),
también hago un breve comentario de los libros que voy leyendo. Esta entrada es
uno de esos comentarios (FIN DE LA NOTA).
Me crucé con el Kalevala
cuando andaba buscando libros sobre las sagas escandinavas (los Eddas, para entendernos, que también
acabé comprando), y como me pareció relativamente interesante, decidí
adquirirlo. Luego, mientras la obra aguardaba su turno de ser leída, temí haber
adquirido un tostón intragable ya que, al investigar con un poco más de
detenimiento, vi que el autor –Elias Lönnrot- se había dedicado a recopilar los
poemas tradicionales finlandeses en un intento de, digamos, crear un espíritu
cultural nacional finlandés. Teniendo en cuenta que se trata de un idioma con
casi tantas kas como el vascuence, la cosa no pintaba muy allá…
Sin embargo, me equivoqué. Ojo, que no digo que la
obra sea súper entretenida e interesante (aunque probablemente para los
finlandeses sí que lo sea, al igual que El
Mío Cid para nosotros los españoles, o la Canción de Roldán para los franceses, o… se me entiende, ¿no?),
pero se deja leer. A veces cansa un poco el carácter repetitivo de algunos
poemas (recordemos, se trata de poesía tradicional, por lo que sería de origen
básicamente oral y, por lo tanto, tenía que ser relativamente fácil de
recordar), pero uno acaba acostumbrándose. Al igual que a ciertas hipérboles
demasiado fantásticas hasta para seres semi mitológicos (casi casi como si
fueran del mismo Bilbao, mira tú por dónde).
Por otra parte, resulta interesante (para mí) el
que esta obra (y supongo también que el anhelo de su autor por crear o reforzar
una mítica nacional) influyeran en Tolkien a la hora de crear su legendarium. De hecho, está anunciada la
próxima publicación (en español) de la versión que el creador de la Tierra Media
hizo del mito de Kullervo. Si bien, como dicen algunos, cabe apreciar algunas
similitudes con el Túrin Turambar de la Tierra Media –singularmente, su origen
y su final- creo que Tolkien supo darle los suficientes matices diferenciadores
como para dotar de entidad propia al hijo de Húrin Thalion.
Para acabar, no quiero dejar de señalar que el
prólogo, escrito por Agustín García Calvo, me hizo descubrir que Juan Ramón
Jiménez no había sido el único escritor con una ortografía, llamémosle así, no
demasiado académicamente ortodoxa.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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