Nunca pensé que ocurriría, pero de un par de años a
esta parte he empezado a discutir con mi padre de fútbol. A priori, no tendríamos
por qué hacerlo, puesto que ambos somos aficionados de equipos relativamente
modestos: él, del Rácing de Santander; yo, del Real Club Deportivo Español de
Barcelona. Por historia y por títulos, el Español es un poco menos modesto que
el Rácing, pero vamos, ambos nos damos con un canto en los dientes si al final
de temporada nuestros equipos logran mantener la categoría sin demasiados
agobios (actualmente, el Rácing está una categoría por debajo del Español, pero
nos entendemos).
No, lo que nos hace discutir no son nuestras
filias, sino nuestras fobias. Mi padre detesta al Real Madrid; yo odio al
Barcelona todavía más, porque llegado el caso mi padre se resignaría a que el
Madrid ganara una competición internacional, mientras que yo al Farça ni agua. Las conversaciones suelen
ser del tipo:
- Los árbitros favorecen al Madrid.
- Y al Barça también.
- Cristiano es un chulo.
- Y Messi también.
- El Madrid juega para Cristiano.
- Y el Barça para Messi.
- Cristiano mete los goles en fuera de juego y Pepe es expulsable en cada partido.
- Ya, y los del Barcelona van de hermanitas de la caridad y reparten tanta estopa como los del Madrid.
Y remato la cosa diciendo que, al menos, los del
Madrid no son unos hipócritas y que, como
te digo siempre, papá, que Hitler fuera un monstruo no convierte a Stalin en un
santo.
Centrándonos en las figuras de ambos equipos, para
mi padre Cristiano es un chulo, un creído, un chupón y un acaparador. Yo no lo
niego, pero digo que al menos no disimula, y que el enano hormonado es al menos tan capullo como el portugués y que al
de Madeira todavía no le he visto pegar un patadón al balón sin venir a cuento enviándolo
a la grada y darse la vuelta con una risita de conejo… y al de Rosario, sí.
Pero parece que al argentino se le está acabando el
disimulo, porque en uno de los partidos de la pretemporada –en concreto, contra
la Roma- agarró del cuello a uno de los defensas de la escuadra italiana, e incluso le dio un cabezazo. Y esta vez no se fue de rositas, porque le sacaron
tarjeta amarilla.
Que ya iba siendo hora, hombre…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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