Cualquiera
que lea este blog, o que me conozca, o que lea este blog y me conozca
(qué bien sienta decir eso sabiendo que uno no está hablando de sí mismo en
tercera persona) sabe lo que me repatea el lenguaje llamado políticamente correcto, y que no es más
que una manera cursi y perifrástica de decir lo de siempre buscando no ofender a
alguien, pero sin tener reparo alguno en ofender el sentido común y la
inteligencia de las personas.
En concreto,
voy a referirme a lo que de toda la vida se ha llamado personas de raza negra. Dejando aparte términos como nilóticos o etíopes, en general a esa gente se les ha llamado, en español, lisa
y llanamente negros. Término que
algunos empezaron a encontrar ofensivo: por ejemplo, cuando el inefable Jesús
Gil y Gil, para referirse a un jugador del Atlético de Madrid perteneciente a
esta raza, dijo (algo así como) ese negro
gilipoyas, los bienhablantes se
le echaron encima, poniéndole de racista para arriba. No entro en si el sujeto
lo era o lo dejaba de ser, pero en aquel improperio el insulto no era negro, sino gilipoyas: la referencia a la raza del futbolista pretendía, creo
yo, nada más que identificar al insultado. Es como si, hablando de Futre o de
Simeone, hubiera dicho ese portugués
gilipoyas o ese argentino gilipoyas:
no creo que nadie hubiera pensado que mencionar la nacionalidad del lusitano o del
rioplatense constituyera una muestra de xenofobia intolerable (e intolerante).
En fin,
que de lo de negro se pasó, por
imitación de la progresía estadounidense, a denominarles de color… lo cual planteaba un problema colateral, el de los
orientales o de raza amarilla, como se decía tradicionalmente, y el de los
indios (norteamericanos, que los de Asia son hindúes) o pieles rojas (como se
dice en las películas del Oeste) ya que ¿acaso el amarillo y el rojo no son
también colores? Y eso, sin tener en cuenta todas las gradaciones epidérmicas
del mestizaje: marrón oscuro, marrón claro, negro carbón, beige… ni las demás
razas (¿grupos humanos?) no-blancos, como (sin ánimo de ser exhaustivo) los
aborígenes australianos, los maoríes o los polinesios.
De ahí
se pasó a llamarles afroamericanos en
Estados Unidos, y subsaharianos en
España. Dejando aparte al hogar de los valientes y la tierra de los libres, y
centrándonos en la piel de toro, nuevo problema al canto: pocos subsaharianos
serían más subsaharianos (geográficamente hablando) que Pieter Botha (por poner
un ejemplo), y no creo que nadie pensara que era de la misma raza, en términos
generales, que Nelson Mandela (por poner otro ejemplo).
Con esto
llegamos a la última mamarrachada eufemística: a los antiguos negros, luego
gente de color, luego subsaharianos, ahora se les llama… africanodescendientes. Pero esto, lejos de solucionar la cosa,
plantea un nuevo e irresoluble problema: puesto que está generalmente aceptado
que la especie humana (y no la raza
humana, como se lee con frecuencia) desciende de homínidos que vivieron
hace millones de años en África (en la zona de los Grandes Lagos, para ser
concretos), al final resulta que todos los seres humanos (blancos, negros,
amarillos, rojos y hasta los arcoíris) estarían incluidos en esa denominación.
Como
de la familia, vamos.