Nunca
pensé que llegaría el día en que habría de agradecerle algo a doña Rojelia. Pero hete aquí que tal
circunstancia se ha producido, y helo aquí. Como dice la canción de Miguelito Campoviejo, the time has come.
Lo que
he de agradecerle es la ocasión para exponer razonadamente (bueno, todo lo
razonadamente que soy capaz) algo que ha guiado mi vida profesional desde que
esta comenzó, algo que siempre he tenido presente pero que nunca había
articulado.
Por partes.
Soy funcionario desde hace casi veinte años; para ser exactos, el dos de
Diciembre próximo hará diecinueve años que ingresé en la Administración. Nunca he
tenido que trabajar cara al público, y las ocasiones en las que he tenido que
tratar con alguien ajeno a mi entorno laboral inmediato (cursos, viajes,
entrevistas…) no llegan a una semana por año.
Y que
yo recuerde –puedo estar equivocado, pero no lo creo- ni un solo día he dejado
de acudir a mi puesto de trabajo con traje (o americana y pantalón) y corbata
(o, como suelo decir yo, envuelto y con
lacito). Llueva, nieve o caiga un sol de justicia, en invierno y en verano,
siempre he acudido a mi trabajo lo más arreglado que he podido. Y ello,
supongo, como una muestra de respeto tanto a mis compañeros como a mi propio
puesto de trabajo. No es algo que me plantease conscientemente, es algo que me
salió de forma natural.
Y ahora
va ese estafermo que tenemos los madrileños por alcaldesa y suelta que hay que cambiar la absurda moda de los hombres de ir trajeados en verano. Pues mire usted, señora Carmena (y la
llamo señora porque, por suerte para
mí, no la conozco demasiado bien), va a ser que no. No en mi caso. No es una
moda, es un signo de educación, de urbanidad, de respeto a los demás. De eso
que les falta a sus conmilitones, como el alcalde de Cádiz, que recibe al
comandante de un buque extranjero en mangas de camisa.
Así que
ya lo sabe: al menos, una persona seguirá, como usted dice, yendo trajeado en
verano. Y a usted, que le den.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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