jueves, 8 de octubre de 2015

Al final, todos primos hermanos

Cualquiera que lea este blog, o que me conozca, o que lea este blog y me conozca (qué bien sienta decir eso sabiendo que uno no está hablando de sí mismo en tercera persona) sabe lo que me repatea el lenguaje llamado políticamente correcto, y que no es más que una manera cursi y perifrástica de decir lo de siempre buscando no ofender a alguien, pero sin tener reparo alguno en ofender el sentido común y la inteligencia de las personas.
En concreto, voy a referirme a lo que de toda la vida se ha llamado personas de raza negra. Dejando aparte términos como nilóticos o etíopes, en general a esa gente se les ha llamado, en español, lisa y llanamente negros. Término que algunos empezaron a encontrar ofensivo: por ejemplo, cuando el inefable Jesús Gil y Gil, para referirse a un jugador del Atlético de Madrid perteneciente a esta raza, dijo (algo así como) ese negro gilipoyas, los bienhablantes se le echaron encima, poniéndole de racista para arriba. No entro en si el sujeto lo era o lo dejaba de ser, pero en aquel improperio el insulto no era negro, sino gilipoyas: la referencia a la raza del futbolista pretendía, creo yo, nada más que identificar al insultado. Es como si, hablando de Futre o de Simeone, hubiera dicho ese portugués gilipoyas o ese argentino gilipoyas: no creo que nadie hubiera pensado que mencionar la nacionalidad del lusitano o del rioplatense constituyera una muestra de xenofobia intolerable (e intolerante).
En fin, que de lo de negro se pasó, por imitación de la progresía estadounidense, a denominarles de color… lo cual planteaba un problema colateral, el de los orientales o de raza amarilla, como se decía tradicionalmente, y el de los indios (norteamericanos, que los de Asia son hindúes) o pieles rojas (como se dice en las películas del Oeste) ya que ¿acaso el amarillo y el rojo no son también colores? Y eso, sin tener en cuenta todas las gradaciones epidérmicas del mestizaje: marrón oscuro, marrón claro, negro carbón, beige… ni las demás razas (¿grupos humanos?) no-blancos, como (sin ánimo de ser exhaustivo) los aborígenes australianos, los maoríes o los polinesios.
De ahí se pasó a llamarles afroamericanos en Estados Unidos, y subsaharianos en España. Dejando aparte al hogar de los valientes y la tierra de los libres, y centrándonos en la piel de toro, nuevo problema al canto: pocos subsaharianos serían más subsaharianos (geográficamente hablando) que Pieter Botha (por poner un ejemplo), y no creo que nadie pensara que era de la misma raza, en términos generales, que Nelson Mandela (por poner otro ejemplo).
Con esto llegamos a la última mamarrachada eufemística: a los antiguos negros, luego gente de color, luego subsaharianos, ahora se les llama… africanodescendientes. Pero esto, lejos de solucionar la cosa, plantea un nuevo e irresoluble problema: puesto que está generalmente aceptado que la especie humana (y no la raza humana, como se lee con frecuencia) desciende de homínidos que vivieron hace millones de años en África (en la zona de los Grandes Lagos, para ser concretos), al final resulta que todos los seres humanos (blancos, negros, amarillos, rojos y hasta los arcoíris) estarían incluidos en esa denominación.
Como de la familia, vamos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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