Antes
de la primera gran extinción de entradas
del blog, y leyendo Libertad Digital,
me crucé con un artículo en el que Luis Alberto de Cuenca recomendaba diez libros de poesía. El primero de los volúmenes era, precisamente, esta obra, y
mencionaba una edición recién aparecida. Ni que decir tiene que me apresuré a
adquirirla y ponerla en mi lista de libros a leer… hace cosa de siete meses (y
eso que he reducido el número a treinta libros pendientes de leer –de momento-,
pero he llegado a tener tres docenas en la cola de espera).
El poema de Gilgamesh probablemente sea la obra escrita más
antigua que se conoce, y es con seguridad la más antigua que he leído yo. Aventaja
a La Ilíada y La Odisea en un milenio, aproximadamente el mismo lapso que le saca
a los libros más antiguos de La Biblia. En cierto modo, ya había tomado contacto con la obra al leer la serie limitada que realizó Jim Starlin a finales de los ochenta.
Es también,
junto al Ramayana, la obra más ajena
a la tradición occidental que haya leído. No cuento ni El arte de la guerra ni El libro de los cinco anillos por ser, de algún modo, libros de filosofía (en
un sentido amplio, aunque escritos desde un punto de vista llamémosle militar,
castrense o guerrero), ni tampoco los dos ciclos de Eiji Yoshikawa que leí a
finales del siglo pasado –creo recordar- ya que, aunque tratan de una
civilización muy distinta de la nuestra, están escritos siguiendo los
convencionalismos de la novela (incluso diría que de la novela por entregas).
Dicho
lo cual, pensé que la obra se me iba a hacer más pesada. Ha sido una agradable
sorpresa –y ya van unas cuantas de éstas- comprobar que en absoluto lo es, a
pesar del carácter repetitivo de ciertos pasajes y de que, al ser una
traducción fiel (o, al menos, lo más fiel posible) del original babilonio,
presenta numerosas lagunas en su texto.
En cualquier caso, y para ir
terminando (que diría un orador), era algo que tenía que leer.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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