Durante
los últimos cuarenta años, CyU ha sido el partido
del régimen en Cataluña. Tras una fachada de ideología entre conservadora y
democristiana se ocultaba en realidad una cleptocracia autoritaria y omnímoda,
en la que más valía hacer como si no pasara nada y no abrir la boca, por si
acaso.
Cuando
Jorgito Polluelo, por aquello de la
edad, dio un paso atrás y avanzó a primera fila su delfín, Arturito Menos, la cosa empezó a resquebrajarse. Llegó al poder la
rama catalana del PSOE (esa rama que manda en el tronco, pero que no permite
que el tronco mande en ella), y en cuanto a furor necionanista casi dejaron chicos a los necionanistas conservadores; en cuanto a cleptócratas es difícil
decirlo, pero cabe suponer que hay ciertos límites difíciles de superar, hasta
para un partido con tanta experiencia en la materia como el de los socialistas
españoles.
Cuando
Arturito, al fin, logró alcanzar la
poltrona de la plaza de San Jaime (no la municipal, sino la de enfrente), las
cosas ya no eran lo mismo. La época de las mayorías absolutas había pasado, al
menos en Cataluña, y para mantenerse en el poder tuvieron que echar mano de los
republicanos de izquierdas… aunque más bien fueron éstos los que les echaron
mano a ellos, en la zona del epidídimo: les apoyaban en la asamblea legislativa
(llamar parlamento a un lugar en el
que lo más habitual es oir rebuznos es una incorrección semántica y política),
pero no entraban en el gobierno, lo que les evitaba desgastarse. Así las cosas,
a Arturito sólo le quedaba jugar la
carta de ser más necionanista que sus
socios, pisando el acelerador hacia el precipicio secesionista.
Sin embargo,
los electores, pudiendo optar entre el original y la copia, siempre tiran al
original. Así ha sucedido en Vascongadas, y así sucedió en Cataluña: elección
tras elección, la suma de convergentes y republicanos cada vez conseguía menos
escaños, y cada vez estaba más equilibrado el reparto entre ambas fuerzas. De derrota
en derrota hacia el desastre final, en las últimas elecciones no consiguieron
la mayoría absoluta ni siquiera presentándose en una lista única, y han tenido
que intentar echar mano de un grupúsculo –el del tío de la chancleta- todavía
más radical que el de los republicanos.
Crecidos
con su ascenso, los perroflautas de la esquinita, en la noche electoral, se
apresuraron a decir dos cosas: que no consideraban que las urnas hubieran
legitimado el proceso secesionista (aunque, sobre eso, unos días dicen una cosa
y otros la contraria) y que en ningún caso apoyarían a Arturito como presidente de la Generalidad. La excusa se la ha
venido a dar el resurgimiento del asunto del tres por ciento (algo ya sabido en
Cataluña, en toda España y hasta en el extranjero desde que hace una década
fuera proclamado en sede parlamentaria), que les ha permitido exigir a Menos que renuncie o que convoque nuevas elecciones (que serían, si las cuentas no me fallan, las cuartas en un
cuatrienio, lo que sin duda constituye un récord casi universal). Y parece que
esto último es lo que ocurrirá, porque los antisistema insisten en fulminar al
delfín del Polluelo.
Lo que
pasa es que, al ritmo al que van, quizá esta vez ni siquiera sumando a
convergentes, republicanos y chancletistas
alcancen la mayoría absoluta. Dios lo quiera.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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