En
realidad, la cosa no debería sorprender. Ya ocurrió hace doscientos años
(década arriba, década abajo). En efecto, en la primera mitad del siglo XIX se
sucedieron las revoluciones en Europa. ¿Por qué? Pues porque, derribada la clase
dirigente, los revolucionarios que alcanzaban el poder acababan (a no mucho
tardar) adoptando los usos y maneras de aquellos que habían derribado, de modo
que, convertidos en califas en lugar del califa, tenía que venir un nuevo visir
Iznogud a retirarlos… visir que,
indefectiblemente, acababa acalifado.
Trasladado
el caso a la España actual, acostumbro a decir que aquellos que hicieron de la
crítica a lo que ellos llamaban la casta
bandera y estandarte de su actividad política, una vez alcanzadas las poltronas
han pasado a realizar aquello que denostaban o que juraron que nunca harían,
desde montarse en el coche oficial (aunque eso de ir en Metro venda mucho, hay que reconocer que
viajar con chófer resulta mucho más cómodo) hasta no bajarse los sueldos
(siempre es buen momento para procrastinar un poco más)… o no destinar al
partido la parte de los mismos que decían que iban a destinar.
Este
es el caso de quien podríamos llamar la
Kicha, puesto que es la pareja de el
Kichi. Por sus últimos cinco días de trabajo recibió (libres de impuestos)
más de un millón de las antiguas pesetas (joroba, ni que fuera futbolista)
para, entre otras cosas, pagar a casi docena y media de asesores (dado el nivel
de los neocom, me parecen hasta pocos
y todo). En cuanto a las cantidades que debería haber donado al partido, se las guardó para sí con el objeto, dice, de hacer frente a diversos impuestos y
cotizaciones sociales.
Resulta
de lo más burgués, ¿a que sí?
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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