Hace
años (un par de décadas, quizá) ya surgió el tema de gente que quería celebrar
primeras comuniones laicas. Incluso Alfonso Ussía, en una de sus columnas, se
permitió satirizar semejante sinsentido.
Ya se
instauraron, hace tiempo, los llamados bautizos
laicos (Cayetana Guillén Cuervo fue una de las primeras en perpetrar esa
mamarrachada). Ahora, en Rincón de la Victoria, el Ayuntamiento (neocom, qué si no) piensa reglamentar
las primeras comuniones laicas. Y como en este país siempre cabe un tonto más,
ya hay quien se ha apuntado, porque su hija quiere fiesta sin misa. Vamos, lo que suele suceder con bastantes niños españoles,
que lo que quieren es vestirse de marinerito (o de archipámpano de las Indias)
y, sobre todo, recibir regalos; luego, de asistir a misa, si te he visto no me
acuerdo. En cuanto a la hostia (porque en una comunión tiene que haberlas), los
astutos munícipes no se han olvidado de ella: casi cien euros van a cobrar a
todo aquél hortera que sea tan descerebrado como para celebrar una fiesta
pagando al Ayuntamiento.
Pasen
los bautizos laicos, porque no dejan
de ser una presentación del neonato; pasen las primeras comuniones laicas, porque vienen a ser, o eso dicen sus
defensores, un rito de paso de la infancia a la preadolescencia. Pero la última
cretinez retroprogre se lleva la palma: los perroflautas del equipo de doña Rojelia proponen celebrar… ¡un Belén laico! Átame esa mosca por el rabo, porque uno no acaba de imaginar como puede
conmemorarse el nacimiento del Niño Dios, pero sin el conmemorado.
En el
fondo lo que late, como dice mi padre, es envidia. Pura y dura.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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