La izquierda española, en general, no ha demostrado históricamente eso que se llama buen perder. Hace algo más de tres cuartos de siglo perdieron unas elecciones y montaron una revolución que tuvo que ser reprimida manu militari. Hace algo menos de cuarenta años perdieron otras que consideraban tener en la mano, y el vicesecretario general de los perdedores no se cortó un pelo en declarar que España se ha equivocado.
En las últimas elecciones autonómicas, lo que estaba en cuestión no era si el PP ganaría o no, sino si conseguiría la mayoría absoluta. Como la consiguió, el fair play neocom, el savoir faire de los correligionarios de Castro, Chavez y maduro, salió a relucir, y uno de sus parlamentarios calificó de esclavos, alienados e ignorantes a los gallegos; es de suponer que por no haberles votado a ellos en número suficiente para que pudieran botar a Núñez Feijoó.
Como es lógico, recibió unas cuantas críticas por sus palabras. Como es típico, el calificador criticado –que, como todos los progres, tiene la epidermis de lo más sensible cuando se trata de aguantar en cabeza propia una mínima parte de lo que se derrama sobre las ajenas- consideró que se trataba de una cacería fascista.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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