Casualidades
de la vida, el azar ha determinado que esta entrada salga al aire justo el día
siguiente al de la cuarta (segunda de la segunda tanda) votación de investidura
de Mariano Rajoy, en la que, gracias a la abstención del grueso del grupo
socialista, el gallego finalmente ha resultado reelegido.
Durante
todos estos días, los debates en el PSOE versaban sobre si habría que optar por
una abstención técnica (es decir, que
se abstuvieran los once imprescindibles y ni uno más) o por una abstención en bloque (siguiendo, por
tanto, la disciplina de voto). Finalmente, esta segunda opción ha sido la seguida… mayoritariamente, porque –o tempora, o mores- el otrora monolítico
bloque socialista –del aborto al sedicente estatuto sedicioso- se ha
resquebrajado o, por decirlo de otra manera, ha dejado al descubierto las
grietas que lo recorren.
El problema,
en el fondo, viene de la partitocracia que permea el sistema parlamentario
español desde la transición. Al realizarse las elecciones al Congreso (y a las
asambleas legislativas autonómicas, y a los ayuntamientos) a través de listas
cerradas y bloqueadas, los diputados saben que, si quieren seguir calentando
con sus posaderas el escaño que ocupan, deben votar en el sentido que indique
el jefe de filas. Si no lo hacen, ya pueden irse despidiendo de esa bicoca… en
las siguientes elecciones. Porque esa es otra: al diputado le designa el
partido, pero una vez lo elige el pueblo, del asiento no lo despega nadie ni
con agua caliente, si él decide no moverse. Se da así la curiosa circunstancia
(curiosa si no se conocen los condicionantes antedichos) de que el grupo mixto
puede, durante la legislatura, ir engordando y engordando como un débil de
voluntad en época navideña.
En
cualquier caso, parece que se avecinan tiempos interesantes. Y, sin duda, el
rufián y Rufián volverán a ser dialécticamente vapuleados como las antítesis de
Demóstenes que son.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario