Tener
que soportar los discursitos de Junior
es un auténtico suplicio. Hable donde hable –en sede parlamentaria, en un plató
de televisión, en un estudio de radio o en la calle-, su tono es cada vez más y
más el mismo: mitinero, panfletario, con una cadencia cansina y machacona que
aburriría hasta a las ovejas.
Últimamente
se ha descolgado –leo, porque en cuanto oigo su voz deseo ser como esos
mamíferos habituados a la vida acuática capaces de cerrar sus orificios
auditivos- pidiendo memoria, dignidad y
justicia para los fusilados por la dictadura. Para empezar, un amigo y
consejero de dictadores como él debería cuidarse muy mucho de emplear según qué
términos; pero claro, eso sería suponerle un ápice de inteligencia y criterio,
algo de lo que, mucho me temo, carece.
Pero
es que, además, un filoterrorista como él no debería manchar –claro que,
pensándolo bien, ¿qué más propio?- la idea de las víctimas de los atentados
terroristas empleando, tan a la ligera, un lema que ha servido para sintetizar
las aspiraciones de aquellos que han sufrido el flagelo del terrorismo y de
aquellos otros que, aunque afortunadamente no lo hemos sufrido directamente,
nos solidarizamos con ellos y les apoyamos.
O,
como diría Tambor, el personaje de Bambi:
si lo que vas a decir no es agradable, mejor cállate. Claro que, en tal caso,
el de la coleta no diría ni palabra…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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