Hay cosas
que, como la virginidad, la honradez o el buen nombre, sólo pueden perderse una
vez. Y una vez se pierden, ya no hay vuelta atrás: todo es una cuesta abajo,
cada vez más deprisa, hacia el abismo definitivo.
Sin tanta
poesía, pero eso es lo que parece estar ocurriendo en Colombia. El presidente
Santos ha puesto a una democracia a los pies de una narcoguerrilla. A pesar de
que el pueblo –el relativamente poco que ha votado- ha rechazado en referéndum la
rendición (al modo quizá de Canbronne, aunque con menos escatología), el humillado
(en sentido literal y en el metafórico) mandatario no se rinde y está dispuesto
a perseverar en el error. Ha declarado que también negociará con los terroristas del Ejército de Liberación de Colombia, para (dice) que la paz sea completa.
A
este paso, y si también les garantiza un número mínimo de escaños en el
parlamento, no va a haber actas para los elegidos democráticamente. Claro, que
tampoco hará falta, porque en las dictaduras resultan superfluas las asambleas
legislativas…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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