Los
políticos, y más si son de izquierdas, tienden a emplear un lenguaje
grandilocuente, rimbombante y polisilábico: las cosas no se ven, se visionan, por ejemplo. También tienden al eufemismo, aunque uno ya
no sabe si es porque consideran a los ciudadanos estúpidos o bien porque,
directamente, son ellos los estúpidos: porque ¿a quién pretenden engañar cuando
hablan de crecimiento negativo por
miedo a decir decrecimiento?
Es
por ello que, de la nueva hornada de políticos que surgió en España tras la
llamada crisis del bipartidismo, los
que dicen las tonterías con un envoltorio sintáctico más vistoso son los neocom. Y entre ellos es su líder, el
inefable Junior, el que alcanza cotas
más cimeras en eso de expresarse de un modo cursi, redicho, empalagoso…
insoportable. Aunque luego resulte que no conozca la obra de Kant o el nombre
de una de las empresas de auditoría más importante del mundo. Y lo peor es que
no tiene empacho ni rebozo en hacer el ridículo delante de las cámaras de televisión;
quizá porque, como él mismo dijo, tiene el ego tan subido que (la comparación
es mía) el Olympus Mons es, a su lado, poco más que un montoncito de arena.
Eso
sí, cuando se despista (lo cual ocurre con más frecuencia de la conveniente… para
él) sale el prepotente que lleva dentro y suelta perlas como llamar al himno
nacional de España cutre pachanga fachosa.
Recientemente soltó dos de ellas, diciendo que es una milonga que a España haya que identificarla con la monarquía y que
es mentira que para ser buen español hay
que ser como Amancio Ortega.
En
cuanto a lo primero, si bien es cierto que España ha sido, durante la mayor
parte de su historia, una monarquía, no es menos cierto que la mayoría de las
restantes naciones europeas que son actualmente repúblicas comparten ese rasgo
de que el período republicano es, en términos relativos, inferior al
monárquico, y nadie pretendería hoy identificar a Francia o Alemania, por citar
dos ejemplos, con la monarquía, y sí más bien con un régimen republicano (sobre
todo en el caso del Hexágono).
Pero
no es menos cierto que en las dos ocasiones en las que España ha sido una
república (que sumadas no llegan al lustro y medio, frente al milenio largo –puesto
que, para mí, España existe como concepto político desde los visigodos y san
Isidoro- en que testas coronadas han regido los destinos del país) el resultado
ha sido, por ser suaves, desastroso: en la primera, sin que lograra nombrarse
un jefe de Estado (pues los llamados presidentes
de la Primera República lo fueron del consejo de ministros, esto es, del
Gobierno, y no del país), se montó una zapatiesta de todos contra todos en la
que un cantón le declaraba la guerra al de al lado y al de más allá; y la
segunda, constituida ilegal e ilegítimamente (aunque vamos a admitir barco como
animal acuático por aquello del vacío de poder que supuso la renuncia a la
jefatura del Estado -que no abdicación- de Alfonso XIII), fue un media España
(siendo generosos) contra la otra media (quedándonos cortos) que acabó como
todos sabemos, dado el escaso talante (y talento) democrático que siempre ha
mostrado la izquierda española.
En
segundo lugar, es verdad que no hace falta ser como Amancio Ortega para ser
buen español, por más que el fundador de Inditex sea, según todos los indicios,
un español de los mejores. Como dicen los Evangelios (mutatis mutandis), aquél
que hace lo que puede no está obligado a más. Pero despreciar a los que no
piensan como uno, a los símbolos del país natal y a la propia historia no es
que sea de mal español: es de un ser ruin y miserable, por no decir
directamente malo.
En
cuanto a la afirmación de Junior
(aquí llega la rimbombancia) de que la memoria histórica es la gasolina patriótica del futuro, yo le aconsejaría
prudencia, porque quien juega con fuego acaba quemándose.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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