El
problema de los calentólogos (con
este término, que desconozco si existe –el corrector ortográfico del procesador
de textos no lo reconoce-, me refiero a los defensores del llamado calentamiento global) es que, aunque
pudieran estar en lo cierto (punto que no comparto), tiran de tantos datos
falsos, tergiversaciones y medias verdades que su postura queda desacreditada.
Al menos, para mí.
Cansados
por lo visto de recurrir a estadísticas trucadas o de realizar predicciones apocalípticas
fallidas (al estilo de los Testigos de Jehová, los Adventistas del Séptimo Día
o alguna otra corriente religiosa que ahora no recuerdo, que no paran de
predecir el fin del mundo y, cuando la fecha pasa, proponen otra: alguna vez
acabarán acertando, claro está), ahora mienten claramente y no tienen empacho
en reconocer que lo hacen.
Uno
de estos grupos (de los ecolojetas,
no de los religiosos) filmó a un oso polar de apariencia famélica (muriendo de hambre, dice el titular)
para realizar un programa en el que defendían sus tesis (para hacer propaganda climática, dice el
titular). Lo más irónico (iba a poner gracioso,
pero maldita la gracia que tiene el asunto) es que luego reconocieron que ni
siquiera sabían si el oso estaba o no muriéndose de hambre, ni si se debía al
cambio climático y, lo que tiene más delito, que no lo ayudaron.
El
día que de verdad acierten, no les van a creer ni los suyos…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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