Aunque
parezca mentira, yo no siempre he detestado a la sección de balompié del Fútbol
Club Barcelona. No, de hecho, el equipo que concitaba mi animadversión era el
Real Madrid. De hecho, si el equipo de mis amores es el Español, no es sólo
porque me gustara su nombre, sino porque era –y sigue siendo- el que le ha
propinado la mayor paliza de su historia a la escuadra merengue.
No,
la animadversión por los culés apareció en los años noventa y, curiosamente, en
algo relacionado con la sección de baloncesto, por lo demás bastante más
comedida que su contrapartida futbolera. En un partido contra los madridistas,
la hinchada se puso a corear Sabonis,
hijo de puta, y aquello me sentó fatal. Podría entender que lo hicieran de Drazen
Petrovic, que era un verdadero capullo dentro de la cancha, pero no del pivot
lituano.
Con
esa base, cualquier actuación vituperable de los culés –desde no jugar una
semifinal de la Copa de Su Majestad el Rey hasta tirar una cabeza de cerdo al
campo- no hacía sino aumentar mi rechazo hacia ellos. En aquella época fue
cuando más disfruté porque, clasificados año tras año para la sedicente Liga de Campeones, eran
indefectiblemente eliminados en la fase de grupos, con lo que pasaban a jugar
la Copa de Europa… donde eran eliminados de nuevo.
A
pesar de todo lo anterior, cuando el Barcelona ganó la primera liga de la etapa
Guardiola, felicité de corazón a mis conocidos culés (alguno tengo; se entiende
que felicité a los que aprecio, no a aquellos otros a los que no puedo ni ver),
alabando el buen juego del equipo rojiazul. Pero una y no más, santo Tomás:
empezó entonces la fase del lloriqueo, del favoritismo arbitral (si su juego
era tan superior como decían, y lo era en efecto, ¿a santo de qué el beneplácito
de los trencillas para con sus faltas
y el castigo a los rivales?), de la prepotencia de la nuestra es la única manera correcta de jugar al fútbol y del
posicionamiento cada vez más descarado con las posturas secesionistas. Desde
entonces, a la Farça ni agua.
Siempre
he dicho que Guardiola es el técnico más sobrevalorado de la historia del
fútbol, al menos de la reciente. No inventó el sistema (ese mérito es, al
alimón, de Cruyff y Luis Aragonés), y tuvo la inmensa suerte de contar con una
generación excepcional de la cantera, además de con un jugador (el enano hormonado) capaz, él solito, de
ganar un partido, o casi (porque con su selección nacional sigue sin comerse un
colín).
En
ese equipo hay varios bocas, pero uno
de ellos se lleva la palma: Gerardo Piqué. Hace uno o dos años dijo que cuando
el Madrid tiene un año malo, tiran de talonario para fichar a los jugadores que
haga falta, mientras que en el Barcelona impera otra filosofía y prefieren
tirar de la cantera. Pero cuando la cantera no da más de sí, el Barcelona hace
lo que los demás, y tira de cartera: tanto, que con lo que lleva en fichajes
este año se podría haber comprado, completita, la plantilla del Real Madrid,
que no es precisamente barata.
Lo
que hace quitar un palito a la ene (n) y que se convierta en una erre (r)…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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