Cuando
los postulados de la izquierda chocan con la realidad, actúan como si la
realidad estuviera equivocada. Es decir, que no varían sus postulados ni un
ápice, salvo (quizá) después de mucho tiempo.
Cuando
Pío Moa escribía en Libertad Digital,
mencionaba en sus artículos a lo que él llamaba lisenkos. No fue hasta pasado cierto tiempo que descubrí (gracias a
san Google y santa Wikipedia, ¡qué haríamos sin ellos!) que con ese nombre hacía
referencia oblicua a Trofim Lysenko, ingeniero agrónomo soviético que mientras
pudo (es decir, mientras le dejaron) realizó experimentos que supusieron
fracaso tras fracaso… aunque los medios de comunicación (soviéticos, claro) los
presentaran como sucesivos éxitos. Lo mismo podría decirse de las reformas (por llamarlas de alguna manera) emprendidas por los comunistas chinos a mediados del siglo pasado, que se tradujo en que los chinos murieran... como chinos.
Más
recientemente, y mucho más cerca, hará unos diez años que durante el rodrigato se redujo la velocidad máxima
en autopistas y autovías de ciento veinte a ciento diez kilómetros por hora,
sobre la premisa (no recuerdo bien cuál de las dos, pero me parece que fue la
primera) de que así el consumo de combustible era menor, o que se contaminaba
menos. El único beneficio tangible fue el que obtuvieron los fabricantes de
señales de tráfico, que hicieron negocio…dos veces: cuando se redujo la
velocidad, y cuando volvió a establecerse en ciento veinte kilómetros por hora.
Ahora
es el Ayuntamiento de Madrid, cuyo equipo de gobierno está trufado de neocom y a cuyo frente hay una paleocom de manual, el que se empecina
en sus posturas, incluso reconociendo lo erróneo de las mismas. En efecto, ha
admitido que restringir el tráfico no reduce la contaminación, pero está
decidido a restringirlo más aún.
Qué
malos son los hechos, que no se amoldan a sus deseos…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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