Los
políticos, en general, tienden a culpar de sus desgracias (electorales) a los
demás. Alfonso Guerra, a finales de los setenta, dijo, cuando el PSOE no
consiguió los resultados que esperaban, que España se había equivocado.
Es
decir, el problema no era de ellos (los socialistas), su mensaje, su programa,
la forma de transmitirlo… no, el problema era que los españoles no habían
votado a quienes (según ellos, claro) debían haber votado.
Cuarenta
años después, las cosas no han cambiado gran cosa en la izquierda o, al menos,
en cierta izquierda. El hundimiento neocom
en las elecciones regionales catalanas (y el que vaticinan las encuestas) no se
debe a su programa demencial, ni a su coqueteo ambiguo con los golpistas, ni a
su desprecio a los símbolos patrios, ni a su prepotencia chulesca, ni a su
nepotismo machista, ni a su inepcia gestora. No, el paralítico argentino,
trasplantado de las orillas del Río de la Plata a las del Ebro, ha dado con los
verdaderos culpables de todos esos desastres: es la canallesca, la prensa, los medios de comunicación.
Nihil novo sub sole, por lo tanto. Ni aunque
el sol sea rojo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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