Una
de las cosas que tienen en común paleocom
y neocom es que sus miembros son, en
general, una panda de sinvergüenzas. Con ello no quiero decir que sean unos
bribones o unos pícaros (primera acepción del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua), ni que cometan actos ilegales en provecho propio, o que
incurran en inmoralidades (segunda acepción), sino que exhiben una enorme
desfachatez (tercera acepción).
En
efecto, son capaces de soltar las mayores tonterías con toda la seriedad del
mundo, como si de verdad se las creyeran o como si pensaran que con lo que
dicen van a convencernos. Y desde Marx y Engels hasta el último mico neocom, pasando por el gorila rojo, ha sido una constante en la
gente de esa ideología.
Hace
veinte días tuvimos un ejemplo palmario de lo que acabo de decir. Preguntada
sobre la pertinencia de haber encargado informes (a entidades afines, pero esa
es otra historia) sobre el impacto de
género (qué manía con llamar género
a lo que no es sino sexo) en el
soterramiento de la M-30, Rita Maestripper
afirmó, tan seria ella, que por supuesto que dicho impacto se produjo. A su
vez, interrogado sobre el particular, el hermano del enterrador de los paleocom justificó el citado informe a
través de su cuenta en Twitter, señalando, en primer lugar, que la movilidad urbana de los hombres es
distinta a la que realizan las mujeres (sin especificar si dicha diferencia
se produce en todos los estratos sociales o sólo en algunos), para lo que puso dos
ejemplos concretos, como que las mujeres
usan más el transporte público que los hombres y dicha obra favoreció el
transporte privado, afectando de forma distinta a uno y otro sexo, o que el
soterramiento provocó importantes niveles
de contaminación acústica, perjudicando más a las mujeres, que pasan más
tiempo en el hogar. Cabe suponer que en este último caso se refería a las
mujeres de las clases más humildes, porque las de las clases acomodadas, como
todo buen comunista sabe, tienen servicio para encargarse de las molestas
tareas del hogar.
Por
cierto, vivía por la zona del soterramiento cuando éste se produjo y nunca
percibí esos importantes niveles de lo que llaman contaminación acústica (los que no usamos un lenguaje tan
mariconeti lo llamamos simplemente ruido).
A lo mejor es porque soy tío y, consecuentemente, mi sensibilidad auditiva es
muy inferior a la del bello sexo (salvo que hablemos de nacionalistas vascas o
catalanas, en cuyo caso de bello sólo tienen el vello).
Por
todo ello, según Garzón, este tipo de informes, cuyo coste se eleva a decenas
de miles de euros, sirven [de] mucho. No aclaró a quiénes, pero nos lo
suponemos con facilidad: a sus amiguetes.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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