Es
inherente al ser humano disculpar conductas en los propios que, cuando son
llevadas a cabo por los ajenos –y son los propios los destinatarios de los
mismos-, generan las más encendidas críticas. Esta conducta, tan humana como
digo, se ha plasmado en multitud de sentencias breves, desde la evangélica de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga
en el propio hasta la soez habló de
putas la ‘Tacones’, pasando por el intermedio apártate que me tiznas, le dijo la sartén al cazo.
Como
he dicho, es una conducta de lo más humano. Pero dicha inherencia no quita para
que, llegado el caso, la critique; entre otras cosas, porque de no hacerlo me
quedaría sin tema sobre el que escribir hoy o, por mejor decir, los temas
correrían un puesto. En el transcurso de una semana hemos tenido cumplido
ejemplo de esta actitud tan propia del Homo
sapiens.
La
víspera de la Epifanía del Señor (o del día de Reyes, en román paladino)
aparecía la noticia de que un tal Antonio Soler fantaseaba con que un camión
atropellara a los magistrados (en el titular aparece el término jueces, y sin duda lo son, pero en
cuanto se juntan al menos dos se convierten además en magistrados) del Tribunal
Supremo encargados de conocer de la causa del butifarrendum II y de mantener en prisión al estrábico con
sobrepeso y demás compañeros mártires (Nota: leída la noticia, compruebo que el
señor Soler no se anda con chiquitas, y propone que sean atropellados sucesivamente
todos los miembros del Supremo; ignoro si en la categoría de miembros incluye, además de los
pertenecientes a la carrera judicial, a administrativos, vigilantes, personal
de limpieza y demás, pero estaría dispuesto a apostar que sí porque, ¿para qué
andarse con chiquitas una vez has arrancado el vehículo?). A continuación, el
interfecto –al que el titular califica de humorista
del proceso- se preguntaba en Twitter si el deseo de que los magistrados
perezcan de manera violenta es delito de odio.
Puesto
que ni yo tengo tiempo de explicárselo, ni él capacidad para entenderlo, vamos
a pasar a la segunda parte de la entrada. Una de las chirigotas del carnaval
gaditano –donde, año tras año, no dejan títere con cabeza- ha tomado como tema
el proceso catalán, y parodian la decapitación de Cocomocho que, al
tiempo que suplica piedad, se justifica diciendo que pido perdón por las urnas que allí coloqué. En realidad eran cajas de
ropa de invierno, pero es que allí es ver las cajas y echar un papel.
Acostumbrados
a que el humor de las coplas carnavaleras se suelte sin límites contra todo
tipo de políticos, la escena de la guillotina no ha suscitado mayor revuelo en
Cádiz. Sin embargo, varios medios y tuiteros ha llamado la atención sobre la
escena, al entender, como decía un titular, que en ella el odio se ha camuflado
a través del humor, en lugar de sentirse honrados por ser objeto de las
chirigotas.
Si
lo de la tacita de plata es odio… ¿qué es entonces lo de Soler? Si no es odio,
que baje Dios y lo vea.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario