De
un tiempo a esta parte, la corrección política viene criticando lo que se ha
dado en llamar whitewashing y que,
algo libremente, podríamos traducir por blanqueamiento.
Se
refieren con ello al hecho de que, sobre todo en películas, actores de raza
blanca interpreten a personajes de otras razas. Según estos bien pensantes,
sólo un negro puede interpretar a un negro, un chino a un chino y así
sucesivamente.
Olvidan
con ello que la esencia de la actuación es, precisamente, fingir ser algo que
no se es. Si hace tres cuartos de siglo hubiese regido esta mentalidad, nos
habríamos quedado, por ejemplo (es el primer caso que me ha venido a la mente),
sin la actuación de Katharine Hepburn (para muchos, una de las mejores actrices
cinematográficas de la Historia) en Estirpe
de dragón.
También
hablan de apropiación cultural cada
vez que, en el mundo real, alguien
hace algo no propio de su entorno étnico, cultural o hasta geográfico: que un
blanco se haga rastas, o que una mulata se ponga un kimono. Lo cual, en un
mundo en el que el mestizaje es la norma, carece de sentido.
Viene
todo esto a cuenta de que, como suele suceder en estos casos, la viceversa no
recibe el mismo tratamiento. Lo que he dado en llamar browndying (libremente, teñir
de negro) está bien visto, es moderno y es progresista. No es el caso de la
próxima película de James Bond, en la que el código cero cero siete no será
llevado por James Bond –que se retiró (y van…) al final de Spectra-, sino por una mujer, y negra por añadidura (Lasbana Lynch).
Nada
que objetar, puesto que 007 es eso, un nombre en código que puede ser llevado
por distintos agentes. Algo parecido se propuso hace veinte o treinta años: que
no sólo 007, sino incluso James Bond,
fuera un nombre en código, con lo cual podría haber habido distintos James Bond
a lo largo de la historia... lo que ya ocurrió en una gala de los Oscar, cuando
en el escenario coincidieron Sean Connery, Roger Moore y Timothy Dalton y los
tres afirmaban sucesivamente, muy serios yo
soy James Bond.
Pero,
como no se hizo, carece de sentido el que Idris Elba o (por poner el caso)
Rupert Everett pudieran hacer de James Bond. El problema no radica en que uno
sea negro y el otro homosexual, sino que James Bond, el personaje creado por
Ian Fleming, es un varón blanco, heterosexual, conquistador y machista.
Hasta
aquí, la parte seria. Ahora, la bufonada. A finales del mes pasado, Plácido
Domingo se quedó compuesto y sin novia cuando, después de dos representaciones,
una soprano cuyo nombre no voy a poner para no sacarla del anonimato del que
nunca debió salir (vista su estulticia) se negó a maquillarse de negro porque
consideraba que hacerlo sería racista.
Siguiendo los dictámenes de la apropiación cultural, sólo las sopranos etíopes
(ni sudanesas, ni abisinias, ni somalíes, y no hablemos ya de las negras –o mulatas-
europeas o americanas) podrían interpretar al inmortal personaje de la ópera de
Verdi.
Todo,
por dar la nota (no me di cuenta de que estaba haciendo un último chiste hasta
que lo escribí).