El
problema de los órganos de gobierno de las cámaras parlamentarias españolas en
general –y no me refiero sólo a los estatales, sino también a los regionales-,
y al Congreso de los Diputados en particular, es que su composición queda al
albur de los pactos entre partidos, en lugar de seguir un criterio que guarde
una cierta proporción con el número de escaños que tenga cierta formación.
Lo
anterior explica el lío de idas y venidas, de dimes y diretes, de tejes y manejes,
que ha traído la constitución de la mesa de marras, con maniobras y
contubernios, con tretas y tratos, con protestas y reproches. Como que la
entrada de Vox –con más de un catorce por ciento de los escaños- estuviera en duda hasta el último momento ante la falta de acuerdo para ceder un puesto a
Ciudadanos (que no llegaba al tres por ciento de los escaños, cinco veces
menos).
Cuando
Vox se veía fuera de la mesa, su líder acusaba al PP de chantaje, mientras el partido sanchecista maniobraba para
facilitar la entrada de los de derechas y maniatar
así al PP. Pero es que lo lógico, si estaban los neocom, es que estuviera Vox, que tiene un cincuenta por ciento más
asientos … lo siento por los naranjitos.
Con
el sistema que he dicho yo, la cosa quedaría como sigue: nueve miembros de la
mesa y trescientos cincuenta diputados, dan un ratio de casi 39 escaños por
asiento (38,8888888888889 para ser exactos). Dividiendo por este ratio los
escaños de cada formación, el PSOE tendría tres, el PP dos y Vox uno, con los neocom quedándose a una décima. Para los
tres que quedan podíamos recurrir a los restos, con lo que podría ser uno más
para cada grupo si sólo contamos los que superan el uno (mayoría de derechas
por cinco a cuatro), o uno para los neocom,
uno más para Vox y uno para los ierreceos
si tomamos en cuenta todos los restos (mayoría de cinco a cuatro para los
anticonstitucionalistas, entre los que, como saben los que me leen, incluyo a
este PSOE).
Pero
serían matemáticas, no negociación. Más limpio, más sencillo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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