Es
una constante a lo largo de la Historia que los que claman contra los abusos de
los opresores, cuando alcanzan el poder se convierten, ellos mismos, en quienes
pasan a oprimir.
Ejemplo
especialmente palpable de esto son las sucesivas revoluciones que tuvieron
lugar en Europa en la primera mitad del siglo XIX (igual que ocurrió con la
Revolución Francesa): los revolucionarios de la primera, apoltronados tras pasar
a gobernar, fue contra quienes se dirigió la segunda ola de revoluciones, y así
sucesivamente.
Lo
mismo ocurrió con la revolución rusa: derrocados los zares y despojada la
nobleza, la élite comunista pasó a vivir con un lujo que ya hubieran querido
para sí los antiguos boyardos. Palacios, dachas, riquezas, nada era suficiente
para la vanguardia del proletariado.
A
un nivel mucho más cutre, como corresponde a los personajes, se ha comportado
la pareja dirigente de los comunistas españoles. De vivir en un humilde piso en
Vallecas (o donde fuere), a habitar un casoplón en Galapagar (edificado,
además, de modo sospechosamente ilegal, o en zona no urbanizable), con piscina
y casa de invitados.
Y
hasta servidumbre, o eso debió pensar la calientacamas,
que despidió a una de sus escoltas porque (¡qué osadía!) no quería hacerle recados fuera de su horario de trabajo: compras personales, con productos de
determinadas marcas y en determinados establecimientos; comprarle la cena en
Madrid y llevársela hasta Galapagar; comprar comida para los perros; hacer de
chófer de la empleada doméstica y de la niñera, así como de familiares o
invitados que visitaban el chalé; mantenimiento en varias propiedades…
Un
comportamiento de lo más castuzo, si
lo hubiera tenido otro.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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