jueves, 5 de diciembre de 2019

Nuevos ricachos

Es una constante a lo largo de la Historia que los que claman contra los abusos de los opresores, cuando alcanzan el poder se convierten, ellos mismos, en quienes pasan a oprimir.
Ejemplo especialmente palpable de esto son las sucesivas revoluciones que tuvieron lugar en Europa en la primera mitad del siglo XIX (igual que ocurrió con la Revolución Francesa): los revolucionarios de la primera, apoltronados tras pasar a gobernar, fue contra quienes se dirigió la segunda ola de revoluciones, y así sucesivamente.
Lo mismo ocurrió con la revolución rusa: derrocados los zares y despojada la nobleza, la élite comunista pasó a vivir con un lujo que ya hubieran querido para sí los antiguos boyardos. Palacios, dachas, riquezas, nada era suficiente para la vanguardia del proletariado.
A un nivel mucho más cutre, como corresponde a los personajes, se ha comportado la pareja dirigente de los comunistas españoles. De vivir en un humilde piso en Vallecas (o donde fuere), a habitar un casoplón en Galapagar (edificado, además, de modo sospechosamente ilegal, o en zona no urbanizable), con piscina y casa de invitados.
Y hasta servidumbre, o eso debió pensar la calientacamas, que despidió a una de sus escoltas porque (¡qué osadía!) no quería hacerle recados fuera de su horario de trabajo: compras personales, con productos de determinadas marcas y en determinados establecimientos; comprarle la cena en Madrid y llevársela hasta Galapagar; comprar comida para los perros; hacer de chófer de la empleada doméstica y de la niñera, así como de familiares o invitados que visitaban el chalé; mantenimiento en varias propiedades…
Un comportamiento de lo más castuzo, si lo hubiera tenido otro.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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