Una
amiga mía los llama burgueses de
izquierdas. Yo prefiero llamarles retroprogres,
y los defino como aquellos que, proclamándose de izquierdas, viven como nos
gustaría vivir a los que somos de derechas.
De
esos hay muchos ejemplos a lo largo de la Historia. Ciñéndonos a la reciente, es
fama Alfonso Guerra se cogió un Mystére
para evitarse un atasco y llegar a la Maestranza a ver torear a Curro Romero. El
enterrador de Izquierda Hundida, cuyo
nombre no recuerdo ni tengo ganas de buscar, se fue de viaje de novios a Nueva
Zelanda (algo perfectamente legítimo pero que, reconozcámoslo, no está al
alcance de cualquiera). El Chepas
vive en un casoplón de más de medio millón de euros, construido quizá en zona
no urbanizable, y su calientacamas le
encargaba a la escolta tareas que ni la más pija de las esnobs del barrio de
Salamanca, del Viso o de La Moraleja (por poner tres zonas de gente
teóricamente adinerada) encargarían al servicio.
Y
luego está ese presidente norteamericano del único país de esa región del globo
al Sur del Río Grande, ese que acusa a sus antepasados –los míos se quedaron en
la Península- de haber perpetrado un genocidio con los pacíficos, tolerantes e
inocentes indígenas. Ese que, proclamándose paladín de los desfavorecidos,
antes de tomar posesión hizo que sus hijos heredaran todas sus propiedades para
no tener que asumir el coste político que le iba a suponer su declaración de
bienes, visita pueblos indígenas vestido de Burberry, aparece con zapatos de la
marca Crockett & Jones valorados (604 euros) o cena con un humilde
campesino con una camisa de su marca favorita, Brooks Brothers (124 euros).
Mientras,
sus hijos van a mítines en los que su padre hablaba de la pobreza usando unas zapatillas Louis Vuitton (558 euros), se
alojan en hoteles a 420 euros la noche o reciben atención médica en clínicas
privadas.
Todo
muy respetable, pero poco… vamos a llamarlo solidario, por decir algo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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