miércoles, 21 de febrero de 2018

No tenía intención de hablar este año de los Goya…

…pero parece que estoy condenado a hacerlo, año tras año. No hablaré de los premios, que no me importan un comino, ni de los premiados, que me importan aún menos; ni siquiera de los no premiados, que ni siquiera sé quiénes son.
No, hablaré de lo periférico de la gala, es espectáculo soporífero que es un quiero y no puedo de remedo de la de los Oscar en Hollywood, ese conglomerado del que (casi) todos los titiriteros patrios abominan pero por el que pierden el culo en cuanto se les presenta la posibilidad de ir. Porque claro, es muy fácil declararse comunista y ser millonario sin que a uno se le caiga la cara de vergüenza… siempre y cuando uno carezca de vergüenza, como es el caso de esa panda de sinvergüenzas.
A modo de imitación de lo que ocurre al otro lado del Atlántico, este año el temita no era el no a la guerra, ni el (inexistente) IVA del cine, sino la discriminación que sufren las mujeres (según el mundo de la cultura que, ya se sabe, sabe de todo). Sin embargo, la discriminación es más bien al revés, porque una mujer (supuestamente) inteligente como Leticia Dolera dice una boutade como que cuando habló de campo de nabos estaba, sin quererlo, invisibilizando a las mujeres sin pene (en las inmortales palabras de la película de Ivan Reitman, los niños tienen pene, las niñas tienen vagina), y nadie se le echa encima; mientras que si un gracioso oficial, como Arturo Valls, dice que en la gala del cine debería hablarse de cine, y no usarla como un altavoz reivindicativo, el feminazismo en pleno se le echa encima y le obliga a rectificar y decir una obviedad como que el talento no tiene género.
Pues hala, ya he cumplido. Hasta el año que viene.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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