martes, 20 de julio de 2021

Coronavirus (434)

Fuimos más de uno y más de dos -quizá influidos unos por otros, aunque es dudoso que yo influyera a nadie- los que sostuvimos que el estado de alarma decretado por el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer era clamorosamente inconstitucional.

No porque el confinamiento fuera innecesario -con un pueblo tan ácrata y tan cafre como el español, el único modo seguro de que las cosas se hagan no es pedirlo, sino obligar-, sino porque el medio elegido no fue el adecuado, ya que lo que procedía era declarar el estado de excepción. ¿Por qué no lo hizo, entonces?

Básicamente porque el psicópata de la Moncloa, como todos los liberticidas, tiene aversión al control parlamentario. Y mientras que el estado de alarma puede declararse por el Gobierno por decreto con una duración máxima de quince días, prorrogable con autorización del Congreso de los Diputados (la Ley no establece el número de prórrogas, así que, una vez la cosa en marcha, es fácil tirar de inercia), el estado de excepción lo puede declarar el Gobierno, sólo si previamente lo ha autorizado el Congreso de los Diputados, con una duración máxima de treinta días, prorrogable exclusivamente por otro plazo igual, con nueva autorización del Congreso de los Diputados.

Es decir, y simplificando: el gobierno puede declarar el estado de alarma sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, y su duración es indefinida en el sentido de que no tiene un límite prefijado; mientras que para declarar el estado de excepción depende siempre del Congreso de los Diputados, y no puede durar más de dos meses (no quiero dar ideas, pero diría que nada obsta a dejar pasar el día sexagésimo primero y volver a declararlo el sexagésimo segundo, Congreso mediante).

Pero, como ya he dicho, el psicópata tiene aversión al control, como lo demostró palmariamente el más inconstitucional todavía estado de alarma de seis meses, de una tacada y sin control parlamentario que valga.

Ahora, al fin, el Tribunal Constitucional ha declarado que el rey está desnudo: esto es, que el primer estado de alarma de hace dieciséis meses era inconstitucional. Al consejo de ninistros esto le ha sentado, como cabe suponer, igual que una patada en la entrepierna -iba a decir en los dídimos, pero en un gabinete con mayoría de (presuntas) mujeres, la probabilidad de acertar en un par de testículos disminuye-, y cargó contra el Constitucional igual que carga contra todo aquel que le lleve la contraria, sea el Tribunal de Cuentas, la prensa, la oposición o la realidad: echando las patas por alto.

Así, la recién estrenada ninistra de Injusticias tuvo que salir a dar la cara. No debían fiarse demasiado de ella, porque se limitó a leer una declaración en la que volvió a repetir aquello de que el estado de alarma salvó cuatrocientas cincuenta mil vidas. Siguen si aclarar cómo han llegado a semejante cifra, y por qué no son cuatrocientas mil o medio millón y, sobre todo, siguen esquivando maquiavélicamente la cuestión: por más que el fin (admitamos pulpo como animal de compañía) fuera encomiable, los medios no fueron los correctos. Es decir, por decirlo corto, clarito y conciso: se saltaron la Ley.

Y lo saben, y por eso dicen que el Constitucional -en el que, por una vez, sus miembros no se han repartido en función de su (teórica) adscripción ideológica, lo que demostraría que por una vez han recordado quiénes son y a qué se deben- incurre en elucubraciones doctrinales sin sentido.

Continuará, porque esto trae cola. Así que…

Por ello, y por mucho más…

¡¡¡EL GOBIERNO ES RESPONSABLE!!!

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