La Ley
de Memoria Histórica –se va haciendo urgente que le eche una lectura a
semejante engendro jurídico- ha proporcionado a la izmierda española una herramienta con la que intentar, ochenta años
después, ganar, siquiera sea sobre el papel, una guerra que ella provocó con el
convencimiento de ganar y que acabó perdiendo ante, según ellos, el mayor
inútil militar de la historia de la humanidad.
El
problema de los que la aplican es que, además de profundamente sectarios, son
bastante limitados intelectualmente. El resultado es que sus actuaciones suelen
desembocar en chapuzas de proporciones monumentales. Así, retiran una placa que
recuerda a ocho carmelitas fusilados por los rojos (placa que se encontraba en
un terreno privado, no público)… para, ante la reacción, recular y anunciar
que, retirada por error, la placa sería repuesta en su lugar; o anuncian la
retirada de dos placas dedicadas a Joaquín Calvo-Sotelo… pero no saben explicar por qué (dado que fue asesinado –por los rojos, de nuevo- días antes del
Alzamiento Nacional, es difícil que el político fuera franquista); o retiran un monolito dedicado a otro político, con la excusa de que estaba dañado… cuando
el monolito en cuestión fue erigido por un consistorio encabezado por los
socialistas.
Ante
semejante sarta de despropósitos, el PP mostró algo de iniciativa y anunció una denuncia contra la alcaldesa por la retirada de monumentos ajenos al franquismo.
Sin embargo, cuando los neocom
recularon, retiraron provisionalmente su denuncia, y defendieron dicha retirada ufanándose de que les habían parado en seco.
Desengáñense,
señores del PP: la izquierda nunca se para, sólo recula como los morlacos a los
que tanto dicen defender para tomar impulso y embestir de nuevo con más fuerza
aún. Y si no, al tiempo.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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