Ha
dado la casualidad de que una entrada que, por los avatares de incorporación y
reasignación de fechas, toca ser publicada hoy, coincida con otra que, en
cierto modo, está relacionada con ella, por lo que he decidido unificarlas
(circunstancia que hace más difícil aún si cabe que este año supere la marca
del anterior en cuanto a número de entradas publicadas). Pero empecemos por el
principio.
Cuando
se constituyó la asamblea legislativa regional catalana, tras las elecciones de
Diciembre pasado, fue elegido como presidente de la cámara un tal Rogelio Torrent, de
los ierreceos. Aunque la formación
más votada había sido la de Ciudadanos, la conjunción de los grupos
separatistas y la colaboración inestimable de los neocom propiciaron esta circunstancia. La valoración de los populares fue, cuando menos,
abracadabrante, al menos en aquel momento y aparentemente: consideraron que los
independentistas sólo mantenían la candidatura de Puigdemont con afán propagandístico pero que, al
final, acabarían cediendo y optando por un candidato
limpio". En este sentido, se congratularon del efecto disuasorio que tuvo la amenaza de acudir al Tribunal
Constitucional para que los prófugos de Bruselas se mantuvieran quietos. También
consideraron que el nombramiento suponía un hilo
de esperanza y hablaron del tono conciliador de Rogelio Torrent.
Hace
dos semanas, cuando se produjo la noticia, aquello parecía un ejercicio de
voluntarismo buenista, en el mejor de los casos; de ceguera suicida, en el
intermedio; y de connivencia criminal con los separatistas (de lo que algunos
acusan al PP en general y a Mariano Rajoy en particular), en el peor. Durante dos
semanas, el desarrollo de los acontecimientos parecía confirmar lo dicho al
comienzo de este párrafo (esto es, que los populares
estaban, cuando menos, metiendo la pata): el nuevo presidente de la cámara
celebró consultas con los grupos parlamentarios (si mi hermano pequeño estuviera
presente le diría que así es como uno se marca un farol, porque no estoy seguro
de que hubiera ronda de consultas, ni que, de haberla, incluyera a todos los
grupos; pero me parece un procedimiento lógico aunque, claro, estamos hablando
de Cataluña), luego propuso al prófugo Cocomocho
como candidato e incluso marchó a Bruselas a reunirse con él.
Así
las cosas hasta hace dos días: Rogelio convocó el pleno de investidura para,
acto seguido, suspenderlo –esto de arrancar y suspender se está convirtiendo en
una costumbre de los secesionistas-, lo que le acarreó críticas de casi todo el
mundo: unos (los constitucionalistas) por pasarse, otros (expedecatos y Clicks Unidos
de Playmobil) por quedarse corto.
Pero
hete aquí que ayer salta la noticia de que Cocomocho
había admitido en un mensaje de
móvil (qué antiguo, ahora lo que se lleva es el Whatsapp) que su aventura por el poder tocaba a su fin después de
lo ocurrido en la asamblea legislativa el día anterior. Es más, dijo esto se ha terminado, los nuestros nos han sacrificado. Vamos, que no dijo a todo cerdo le llega su san Martín básicamente porque el cerdo seria él.
Como
dijo el conde de Romanones: joder, vaya tropa.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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