Esta
entrada debería haber salido ayer, y la de ayer hoy, de acuerdo con la política
FIFO (first in, first out) que, en
general, sigo para la publicación. Sin embargo, empecé a escribir sin mirar
demasiado cuál era la noticia a comentar –teniendo, eso sí, la vaga idea de que
tenía algo que ver con el día de la mujer-, y cuando me di cuenta de que lo
escrito casaba más con el acontecimiento general (o colectivo) que con el
particular (o individual), me dio pereza tener que pensar en qué escribir como
nueva introducción, así que cambié lugares (o fechas). Además, por otra parte, la
introducción a esta entrada prácticamente se ha escrito sola, y así he tenido
tiempo para pensar qué escribir a continuación. Porque para escribir estas
entradas, en general me ocurre como para mover una máquina de coser de las
antiguas (las de pedal): lo que me cuesta es empezar, pero luego la cosa va de
corrido.
De
entre los últimos regidores municipales de la Villa y Corte, uno de los que
ocupan los primeros puestos en los índices de popularidad (lo admito, me estoy
marcando un farol, pero no creo errar) es Enrique Tierno Galván (conocido como víbora con cataratas en cierto portal de
la zona de Argüelles). ¿Y por qué? No por sus logros al frente de la gestión
municipal, que no creo que fueran ni muchos ni muy importantes (gracias a Dios,
la izquierda nada más ha gobernado en Madrid apenas una cuarta parte de los
últimos cuarenta años), sino más bien por su estilo personal: amable,
simpático, sin decir una palabra más alta que otra (aunque, según fama, Luis
XVI de Francia y Carlos IV de España eran más o menos así, y al fin y a la
postre no les sirvió de demasiado) y, claro, autor de unos bandos que, la
verdad, no es que llevaran a alguna parte, pero resultaban agradables de leer
(y hacer que algo relacionado con lo jurídico, lo legal o lo administrativo
resulte agradable de leer no es poco mérito, eso es cierto).
Está
ahora al frente del consistorio madrileño una especie de trasunto femenino del
antedicho: no dice una palabra más alta que otra, sonríe mucho y no hace casi
nada. Casi nada bueno, quiero decir. Porque, a diferencia de su predecesor, a
ésta el sectarismo le supura por todos los poros de la piel (no sé si Tierno
Galván era sectario, pero no recuerdo que se le notara). Bueno, eso y la
estulticia, porque las tonterías que dice son impropias de alguien que fue
primero abogada (si bien de izquierdas) y luego juez (y decana de los de
Madrid, si no recuerdo mal); pero claro, el sectarismo es capaz de echar a
perder hasta la inteligencia más preclara (no digamos ya la más preoscura).
Voy
concluyendo. Todo lo anterior es para decir que cuando doña Rojelia dijo que ellas (las mujeres) podía ponerse el delantal a ratos y después convertirlo enuna capa de Superwoman demostró una ignorancia palmaria, como en tantos
otros órdenes de la vida, en materia de tebeos de superhéroes. ¿Por qué? Porque
no creo que supiera que existe semejante personaje (hasta yo, que creo estar
bastante más versado en la materia que la comprensiva con los terroristas, he
tenido que bucear en internet para localizar al personaje), siendo mucho más
conocidas, bien Supergirl (la prima de Superman con un traje parecido al suyo),
bien Wonder Woman, que sería el trasunto femenizo del último hijo de Kripton (aunque no lleva capa, con lo que quedaría descartada).
Ahora
bien, si alguien es capaz de demostrarme que la paleocom de la candidatura neocom
sabía de lo que estaba hablando, retiro lo dicho. Pero no la entrada, que me ha
quedado la mar de hermosa…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!