Cuando
los perroflautas devinieron delinquidores y se dedicaron a ocupar las vías y
plazas públicas –especialmente de aquellos municipios en los que el gobierno
recaía en el Partido Popular (porque decir la
derecha sería faltar a la verdad; no porque los populares sean cada vez menos derecha, sino porque necionanistas vascos y catalanes también
lo son y no recuerdo que allí se armaran semejantes cirios)-, la izquierda tradicional
se frotó las manos, pensando que iba a poder utilizar a aquella jauría rabiosa
para encaramarse al poder. Cometieron un error, como lo cometieron los
jacobinos con los sans-culottes hace
dos siglos largos y los antizaristas con los bolcheviques hace un siglo escaso.
La
entidad (he desechado sucesivamente partido
y organización, el primero porque me
refiero a una ensaladilla y el segundo porque esa ensaladilla es un caos al que
sólo el aroma del poder es capaz de mantener en un estado de no babeo rabioso)
política surgida de aquello, a la que he dado en llamar neocom, primero se merendó a la extrema izquierda (los comunistas
de toda la vida, o paleocom), y luego
avanzó para zamparse a los socialistas. Sin embargo, no es lo mismo ventilarse
una organización decrépita en estado prácticamente de derribo que despachar a
la mayor y mejor máquina de adquirir y conservar poder que se ha visto en la
piel de toro en los últimos ciento cincuenta años (eso hay que reconocérselo a
los de la mano y el capullo), por muy erial intelectual en que se haya
convertido. Eso, y que a los chicos de Junior
empiezan a verles el plumero hasta los que tienen una venda sobre los ojos, o
casi (no casi una venda, sino casi hasta esos).
Y
ahora es cuando viene lo divertido. El hasta la fecha líder indiscutible
pretendía que el nombre de Podemos estuviera visible en todos los procesos
electorales en los que se presentaran porque Podemos es el principal significante del cambio, o eso decía él. Pero
¡ay!, he dicho hasta ahora. Porque de
un tiempo a esta parte se le empiezan a discutir las decisiones, y hasta su
indiscutibilidad. Doña Kichi pretendía
que el nombre de Podemos no fuera una imposición sino que se negociase (debe
ser que no sea leído cómo se negocia en
su ideología: con un piolet, por ejemplo); la corriente del becario ubicuo
valoró otras fórmulas en las que no aparecía Podemos; y hasta los paleocom
pidieron más visibilidad.
Así
las cosas, el de la coleta tiró de consulta a
las bases, a las que de momento tiene controladas. De momento…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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