Una
de las conductas más vilipendiables de la izquierda española es el apoyo que
prestan a los llamados ocupas, que no
son más que aquellos que se cuelan en un inmueble que no es el suyo y del que difícil
echarles. Iba a decir ni con agua
caliente, pero como son gente en general zarrapastrosa, desaseada y
maloliente, quizá el empleo de monóxido de dihidrógeno a una temperatura
superior a la del cuerpo humano podría tener un efecto repelente para los
repelentes.
La
cosa tiene más delito si tenemos en cuenta que esa izmierda clama en general contra aquellos que tienen más de una
vivienda, tildándolos de especuladores; pero a las primeras de cambio son ellos
los que se dedican, bien a acaparar inmuebles (caso de cierta concejal neocom del Ayuntamiento de Madrid), bien
a especular con viviendas de protección oficial (caso de cierto parlamentario
regional de Madrid).
Sin
embargo, tal estado de cosas podría estar más cerca de acabar. No el que los rojeras se dediquen a acaparar viviendas
como todo hijo de vecino (o como todo vecino) intenta hacer, o que apoyen a los
que las usurpan (mientras no usurpen las suyas, se entiende). No, me refiero al
hecho de que a los usurpadores, para echarles, se necesite Dios y ayuda y una jartá de tiempo, salvo que se recurra a
la ayuda de ciertas empresas (que las hay) dedicadas a convencer a quienes no deben estar donde están para que se vayan a
estar en otra parte.
Resulta,
y voy concluyendo, que el Congreso de los Diputados ha aprobado el desalojo exprés de los usurpadores de marras (me niego a usar la palabrita esa con una
ka en medio). Eso sí, con el voto en contra de neocom, suciolistos e ierreceos.
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