A
los políticos, a parte de los jueces y a muchos periodistas bienqueda (¿con quién quedan bien, ya
que estamos) se les llena la boca hablando de la derrota de la banda terrorista
de ultraizquierda y del triunfo del Estado de Derecho. La realidad, sin
embargo, parece ser muy otra para las dos partes implicadas, los verdugos y las
víctimas.
Los
asesinos del hacha y la serpiente no han perdido. Si ya no matan, es en parte
porque operativamente no pueden, eso es cierto; pero no es menos cierto que en
una cuota nada desdeñable influye el hecho de que han conseguido sus objetivos,
o al menos parte de ellos. Ya están en las instituciones, ya tocan poder, y
todo ello sin necesidad de renunciar a sus postulados, o entregar las armas, o
pagar por sus crímenes, o mostrar arrepentimiento, o siquiera pedir perdón a
las víctimas.
Y
en cuanto a estas, ninguneadas y apartadas por los políticos –e incluso por una
parte de la Iglesia (no etimológicamente) católica- durante gran parte de su
historia, su sufrimiento continúa. Sus seres queridos no es que estén lejos, es
que ya no volverán; los crímenes no se resolverán; y, como dice una de las
víctimas del atentado terrorista (pues atentado y terrorista fue) de Alsasua, ETA ya no dispara, pero te mata igual.
Así
pues… ¿quién ha triunfado aquí?
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