Durante
la Segunda Guerra Mundial, las potencias del Eje se llevaron, y con razón, la
peor fama en lo que a limpieza étnica en general y antijudaismo (el término antisemitismo se me antoja demasiado
genérico, puesto que estoy seguro de que no sólo los hebreos son semitas) en
particular. Pero no fueron los únicos.
Stalin,
por ejemplo, fue todo un maestro en el tema de diezmar poblaciones por razón de
su origen. Sus herederos ideológicos no lo fueron menos, y en la actualidad es
precisamente la izquierda quien más furibundamente manifiesta su odio a todo lo
que suene a hebreo.
Así,
en el enfrentamiento entre israelíes y palestinos, el progretariado automáticamente se pone del lado de estos últimos,
sin pararse a enjuiciar sus métodos terroristas (sí, vale, cualquiera con un
poco de cultura histórica sabe que los cuadros dirigentes del recién nacido
estado judío, hace estos días siete décadas, se encontraban plagados de
culpables de actividades terroristas. Pero hablamos del ahora, no del entonces.
Por
ello, cuando salta la noticia de que se han producido decenas de muertos en los disturbios provocados por Hamas en la frontera de Gaza, y que varios de esos
muertos eran niños, maricomplejines como
el ministro español de Asuntos Exteriores dice que no se pueden utilizar armas de fuego para responder a las agresiones de Hamas, en lugar de preguntarse qué coño hacen los niños en una zona así, o
quién los ha llevado sabiendo lo que iba a pasar porque andaban buscándolo.
Y
no es sólo que el embajador de Israel en España dé la respuesta obvia -en las zonas de guerra se usan armas,
sino que hasta los propios instigadores de la revuelta han reconocido que
cincuenta de los muertos eran terroristas.
A
confesión de parte…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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