Esta
es una de esas entradas en las que, prácticamente concatenando titulares, la
cosa se escribe sola y, además, alcanza una longitud respetable. Sin embargo,
intentaré poner algo de mi parte… además de este párrafo introductorio y de la
habitual frasecita final.
Tenemos
el caso de una pareja de jóvenes… sí, jóvenes, aunque ella tenga treinta años y
él frise la cuarentena, con unos medios que alargan la juventud hasta al menos
bien entrada la cuarta década de vida y anticipan la vejez hasta poco después de
traspasar el umbral de la sexta (no, no el canal televisivo). Tenemos, pues, a
esta pareja. Les unen varias cosas: los ideales políticos, el trabajo… y entre
ellos salta la chispa y surge el amor, por más que ella sea una convencida
feminista y él haya mostrado ramalazos de intolerancia machista. Intiman, una
cosa lleva a la otra (esto es una conjetura razonable) y sucede lo que
tradicionalmente se ha llamado que ella quede en estado de buena esperanza. En
palabras de los cursis de izquierdas, deciden emprender un proyecto familiar.
Preocupados
por las nuevas vidas –son mellizos-, deciden, tras pensarlo detenidamente, que
será mejor criar a los niños (o las niñas, o les niñes, o los seres vivos
aunque no humanos, según a quién preguntes) en un entorno más sano que la
ciudad. Estudian el mercado y se deciden por una casa con parcela en un pueblo
de la sierra Norte de Madrid. Ambos trabajan y tienen buenos sueldos, aunque su
profundo compromiso ideológico con los menos favorecidos (o, por emplear las
palabras del joven casi cuarentón, los de una clase social muy inferior a la
suya) hace que donen parte de sus ingresos a la organización a la que
pertenecen. Las perspectivas laborales a medio plazo varían según a quién
preguntes, pero son prometedoras, y deciden afrontar la compra de la casa, por
un precio de cien millones de las antiguas pesetas. Al cambio, unos seiscientos mil euros.
Hasta
aquí, ningún problema. Como ha dicho algún amigo de la pareja, es algo normal y que muchas familias españolas han hecho. Como ha dicho otro, pagarán de por vida una letra de quinientos euros; a pesar de
emplear un término tan económicamente desfasado en relación con la adquisición
de una vivienda como el de letra de cambio (es politólogo, sea lo que sea eso, no economista, aunque luego vaya asesorando sobre monedas a dictaduras bananeras), vamos a admitir el capote… y ¡qué
demonios!, por los hijos se hace lo que sea.
El
problema es cuando alzamos el telón del anonimato y ponemos nombre a los
personajes de nuestra historia. Él es Pablo Manuel Iglesias Turrión, Junior para este blog, secretario
general de los neocom españoles. Ella
es Irene Montero, su actual calientacamas y portavoz del grupo neocom en el congreso. Su ideología, la
comunista, variedad neocom: opuesta
al lujo, favorable a la ocupación de viviendas (ajenas)…
Es
decir, que la soberbia del coletas y la inconsciencia de la portabocas les ha
hecho caer en un error de cálculo. En una rara coincidencia con la verdad –rara
en los políticos, más aún en los demagogos populistas como éstos-, él ha dicho
que les criticarán hagan lo que hagan. Y así ha sido. Les han caído tortas
desde fuera y desde dentro de la organización. No por hacer lo que han hecho,
que es respetable, sino por la incoherencia que supone en relación con la
ideología que defienden. Como muy bien ha dicho cierto diario digital en uno de
sus editoriales
Si los líderes de Podemos quieren vivir como ricos, nadie puede impedirles hacerlo, pero al menos deberían tener la decencia de admitir que todo lo anterior era mentira.
Y
luego está la incoherencia entre una y otro: ella ha asegurado que su salario actual les ha
permitido llevar adelante ese proyecto
(y dale con la palabrita)… pero Junior
dice que han tenido que pedir ayuda a su padre (el de ella). Lo que no deja de
ser curioso, teniendo en cuenta que los progenitores de él suman seis inmuebles
con un valor total de un millón de euros. En cuanto a la entidad bancaria que
les ha proporcionado la hipoteca, ha resultado ser una muy vinculada con el proceso golpista en Cataluña.
Volviendo
a las reacciones, las hay de todos los colores. Unas en serio, otras en broma y
otras que, siendo serias, suenan a broma. El alcalde de Cádiz dice que ni lo he pensado ni quiero dejar de vivir y
criar a mis hijos en un piso de currante. La plataforma de afectados por
las hipotecas se ha apresurado a apoyarles diciendo que si algún día la (de
momento) feliz pareja tiene problemas con su hipoteca, que no duden que allí estarán (aunque sin aclarar para qué). El gobierno, con una sorna bastante gallega, se ha felicitado de que gracias a su política la joven pareja pueda hacer un proyecto de vida. Un rapero
neocom ha resumido la cuestión
señalando que Junior tiene aún más jeta que ego (y eso, añado yo, es tener mucha jeta). Ciudadanos anónimos, quizá
buscando reconciliar a la pareja con sus ideales, han colocado una pancarta en la valla del chalé en la que dan la bienvenida a refugiados y ocupas.
Como
la soberbia de uno y otra les impide recular, su populismo caudillista (o su
caudillismo populista, tanto da que da lo mismo) les impulsó a hacer una consulta a los inscritos neocom para
que decidan si, visto lo comprado, deben seguir en sus puestos o dimitir,
concediéndoles una semana de plazo para expresar su opinión… aunque (soy malo,
lo sé) sin aclarar si acatarán el resultado de la votación o no.
Vamos
finalizando: él ha llamado miserables
a quienes han comparado los escraches con la colocación de la mencionada pancarta (lo primero eran jarabe democrático, lo segundo será, supongo, cosa de fascistas); ella, demostrando que entre las cualidades por las que ha sido
designada portavoz no se encuentra precisamente la oratoria, ve coherente la
compra si no es para especular, y
tras afirmar implícitamente que un ministro del PP compró un ático por una
cantidad similar con ánimo especulatorio, tiene el cuajo de afirmar que ella no ha dicho tal cosa.
Termino.
Admito que alguien se pueda declarar comunista. Admito que cualquiera intente
ganar todo el dinero que pueda (si es honradamente) y vivir lo mejor posible. Lo
que no admito es que ambas circunstancias se den en la misma persona ni, sobre
todo, que pretendan hacerme tragar con la rueda de molino de que eso no es un
ejercicio de incoherencia e hipocresía.
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