Hoy
toca tratar uno de esos temas que, si este blog fuera más leído y yo pudiera
echarme a mí mismo una admonición, me sugeriría el pensamiento de que para qué
me meteré en estos fregados. Me refiero, claro está –pocas cosas habrán
suscitado tanta controversia últimamente, salvo quizá el último manifiesto de
los terroristas del hacha y la serpiente, y en este caso la reacción ha sido
más bien de palmaditas en la espalda que de collejas o coscorrones-, al tema de
la sentencia a los integrantes del grupo (auto) denominado como la manada.
No
voy a entrar a enjuiciar la conducta de los acusados, que de eso ya se ha
ocupado prácticamente todo el mundo en este país; sólo diré que si hicieron
aquello de lo que se les acusa, deberían cortarles las pelotas y tirarlas bien
lejos. Tampoco voy a entrar en si la chica se buscaba lo que le pasó o no (no es no, eso es incontestable), o si en
realidad pasó lo que ella dice que pasó o, en realidad, se le ocurrió acusarles
de violación porque le robaron el móvil (tampoco sería la primera vez que una
mujer acusa a un varón de violación sin que ésta se haya producido realmente).
No,
de lo que voy a hablar es de la reacción desmesurada contra los magistrados que
fallaron la sentencia. Probablemente, ni uno entre mil de los que han hablado
ha tenido la santa paciencia de leerse la resolución de la cruz a la fecha (yo
tampoco lo he hecho). En un país donde cada persona es un
seleccionador/entrenador de cualquier deporte y un experto en cualquier
materia, ahora resulta que hay también cuarenta millones largos de peritos en
Derecho penal.
Desde
mi punto de vista, el que los acusados hayan sido condenados por abuso sexual y
no por agresión sexual (vulgo violación) no es culpa del tribunal que los
enjuició. Es cierto que dentro de su discrecionalidad pudieron haber
considerado que los actos relizados caísan dentro del tipo penal más grave, y
no del menos grave (llamerle leve
sería hacer una burla a las víctimas de este tipo de delitos). Pero la
existncia de esa discrecionalidad no es responsabilidad de los jueces, sino de
los legisladores que hace casi un cuarto de siglo parieron lo que tan
pomposamente denominaban sus promotores como Código penal de la democracia. Si en todo este tiempo no se han delimitado
las conductas de modo que no quepa dudar si un delito contra la libertad sexual
es o no violación, es de los sucesivos parlamentos la culpa de que las
sentencias salgan como salen.
Y
hablando de parlamentos, lo que no tiene nombre (o sí, pero hay damas leyendo
este blog… y, por otra parte, tampoco se me ocurre ninguna palabra en concreto)
es la actitud de los neocom, que tras
decir por activa, pasiva y perifrástica que no había que legislar en caliente en el tema de la prisión
permanente revisable, ahora se suben al carro de reformar la regulación de este
tipo de delitos porque no les ha gustado la sentencia de marras.
De
éstos no tengo la duda sobre si se han leído la sentencia o no. Estoy seguro de
lo segundo…
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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