En
el calor de la situación, cualquiera puede decir cosas que no piensa realmente
y que más tarde, reflexionado con calma, puede matizar o incluso retirar. Pero cuando,
pasado el tiempo, ese cualquiera se
mantiene en su posición, es porque no habló irreflexivamente, sino que proclamó
sus verdaderos sentimientos sobre la cuestión.
Esto
es lo que ha ocurrido con la neocom
peruana del consistorio madrileño. Antes de seguir, puntualizaré que empleo el
gentilicio con ánimo identificativo, y que lo que considero verdaderamente
vituperable es la ideología, no el país de origen (es parecido a cuando Jesús Gil,
refiriéndose a un miembro del primer equipo colchonero, dijo algo como ese negro es gilipoyas: todos se echaron
las manos a la cabeza tildándole de racista, cuando –en mi opinión- mencionó la
raza para precisar rápida e inequívocamente a qué jugador se estaba refiriendo
con el insulto, que era gilipoyas). A
lo que iba.
La
interfecta esta, cuando un mantero falleció el Lavapiés de un ataque al
corazón, insultó y calumnió a la Policía Municipal, cuyos miembros habían
intentado realmente reanimar al fallecido. Pasadas varias semanas, y en sede
judicial, la interfecta con apellido de jarabe se ha reafirmado en sus ataques
al citado cuerpo policial.
Ergo
no fue frutó de la irreflexión o de un calentón. Esa tipa no puede ni ver a la
Policía Municipal, y por lo tanto debería abandonar su escaño y salir camino de
Lima en el primer avión que despegue.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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