No
creo errar por mucho –más bien, estoy bastante seguro de acertar- si conjeturo
que la llamada corrección política se
originó en las filas de los (auto) llamados progresistas.
Con ese permanente afán bienqueda
(según con quién, claro), buscaban (vamos a ser misericordiosos) no herir
sensibilidades.
Sin
embargo, como en casi todo lo que hacen los progres,
las cosas se han salido de madre: la discriminación positiva a los negros
estadounidenses ha creado, grosso modo,
una casta de vagos subvencionados; la discriminación positiva para las mujeres
ha engendrado el feminazismo; la lasitud
para con los musulmanes ha creado un peligro para la civilización occidental
que no se veía desde Guadalete, Poitiers, Constantinopla o Viena; y la
corrección política (para según con quiénes, evidentemente) ha llevado a unos
extremos de censura que dejan en pañales los de las dictaduras de uno y otro
signo.
Por
eso, que retroprogres como Bocabuzón, su marido o Echanove clamen ahora contra los excesos de la corrección
político movería a la risa… si no fuera porque están en lo cierto.
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