Los
secesionistas catalanes son (desde mi punto de vista, claro) gente ruin,
envidiosa, ambiciosa y de bajos instintos. Como diría yo, un dechado de
virtudes; como diría uno de mis hermanos, una joyita.
Como
también ocurre con el resto de la clase política española (en general), lo
único que evita que se despedacen entre ellos (metafóricamente, claro… al
menos, desde la Guerra Civil) es tener un enemigo enfrente. Dejados a sus
anchas, demuestran ser tan cainitas de puertas adentro como lo son de puertas
afuera.
Es
lo que ocurrió hace un mes con motivo de la decisión del juez Llarena de pedir
la suspensión de Cocomocho y de otros
cinco golpistas como parlamentarios regionales. La asamblea legislativa
regional tenía dos opciones: acatar la resolución judicial (algo a lo que no
están acostumbrados) o desobedecerla (y cometer un nuevo delito; para lo que
les importa…).
Los
expedecatos (estos tíos cambian tanto
de nombre que es imposible seguirles la pista) querían blindar solo a Cocomocho: los ierreceos se negaron por
trato discriminatorio, al tiempo que
señalaron que los del huido del corte de pelo inefable mienten de forma descarada.
Mira
tú, por una vez han dicho algo que es cierto…
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