domingo, 26 de agosto de 2018

Acojonaditos deben de estar

Hace medio milenio, los ejércitos españoles imperaban en Europa y, por ende, en el mundo. Durante siglo y medio, España fue la potencia continental casi hegemónica, el enemigo a batir, la diana contra la que se concitaban todos los dardos. Una vez comenzó el declive, durante otros ciento cincuenta años largos todavía fuimos, con altibajos, un jugador a tener en cuenta, alguien cuya alianza convenía tener.
Con el cambio de siglo del dieciocho al diecinueve, todo eso cambió. Pasamos a ser un cero a la izquierda, una nulidad, alguien prescindible en el tablero internacional, salvo para despojarle de los últimos jirones de un pasado glorioso.
Con el cambio de milenio, aparentemente, se dio un giro en la dirección correcta. España se convirtió en un aliado incondicional de la superpotencia hegemónica (hablamos de hace veinte años: Rusia estaba postrada, y China era ese gigante que no acababa de despertar del todo), y se nos volvía a escuchar.
Rodríguez tiró todo eso, como tantas otras cosas, al cubo de la basura. Antes de llegar al poder, negándose a levantarse al paso de la bandera estadounidense (lo cual demuestra la mala educación del circunflejo). Inmediatamente después, mandando retirar a las tropas españolas de Irak –donde, pese a lo que repite machaconamente el progretariado, no acudimos hasta que la guerra hubo terminado-, al tiempo que alentaba a otras naciones a hacer lo mismo. Nadie le hizo ni caso, pero todos –Estados Unidos el primero- tomaron nota: España no era un aliado de fiar, y se convirtió, de nuevo, en un apestado en la escena internacional, alguien a quien se invitaba cuando no había más remedio, pero al que lo se le hacía ni caso (las fotos de Rodríguez, más solo que la una en las reuniones internacionales, fuera de todos los corrillos, son paradigmáticas).
Por eso, cuando la actual titular de Defensa, Madgadita Dobles, anuncia que España tomará nota si la ONU no da a un general español el mando de la misión en el Líbano, me entra la risa floja (de esa de reír por no llorar). De hecho, lo único cierto del discurso de la susodicha –no me he molestado en verlo entero, pero apuesto la cabeza a que no me equivoco- es que las Fuerzas Armadas son la mejor representación de la marca España (con permiso de la Guardia Civil, añado) y que les llevamos en el corazón.
Algunos, Madgadita, algunos. Porque estoy seguro que ni tú ni muchos de tus conmilitones les lleváis en el corazón (ni en ninguna parte)… suponiendo que dispongáis de él, claro.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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