Los
políticos en general, y los de izquierdas en particular, tienden a considerar
que permanecerán indefinidamente en el poder. No quiero decir con esto (o, parafraseando
la expresión habitual, no afirmo pero tampoco niego) que piensen que van a
estar siempre en el poder, sino que contemplan el momento en que lo dejarán
como una especie de futuro nebuloso, difícil de precisar pero inequívocamente
lejano.
Esto
ocurrió, por ejemplo, con Felipe González –otro
vendrá que bueno te hará, dice el refrán… y vaya si se ha cumplido con el
PSOE, donde cada uno que se ha encaramado a la cúspide ha logrado empeorar lo
que le dejó su predecesor-, que allá a finales de los ochenta hacía planes a
veinte años vista, si mal no recuerdo.
Se
me dirá que los políticos de derechas no son inmunes a esta tara psicológica. Estoy
dispuesto a admitirlo, pero con una salvedad: cuando proponen actuaciones u
objetivos, en general plantean también modos razonables y racionales (modos
factibles, por así decirlo) de alcanzar esas metas. Los de izquierdas, viviendo
como viven en una utopía permanente, se limitar a prometer el paraíso en la Tierra,
pero sin decir cuál es el camino al jardín del edén.
Es
lo que ha ocurrido con el gobierno del dctr
Snchz, que ha lanzado como objetivo que en 2.040 no se vendan en España vehículos que consuman gasóleo o gasolina. No dicen cómo alcanzarán esa meta. No
dicen dónde repostará el parque automovilístico de dentro de un par de décadas.
No dicen cómo piensan fabricar los vehículos suficientes para cubrir la
demanda. No dicen cómo conseguir que el precio de esos coches sea asequible
(ojo, que no digo que sean baratos, sino que sean algo que una persona normal
pueda permitirse).
Por
no decir, no dicen cómo piensan llegar al 2.040 cuando ni siquiera tienen
presupuestos para 2.019…
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