Para
mí, el asunto del cambio climático es algo discutido y discutible, como ya he
señalado unas cuantas veces. Vamos por partes, como decía Jack el Destripador.
Que
el clima está cambiando es algo que admito sin reservas. De hecho, el clima es,
por definición, cambiante, puesto que se trata de un sistema dinámico. Si no
cambiara en absoluto seríamos como Mercurio (en cualquiera de sus dos caras),
la Luna o Plutón.
Lo
del calentamiento global ya es algo
mucho más discutible, en cualquiera de sus dos términos. Que el clima esté
cambiando a más cálido no se compadece con el frío que hace mientras escribo
estas líneas (como pille al que dijo que íbamos a tener unas Navidades
templadas, le voy a decir cuatro palabritas acerca de por dónde puede meterse sus
pronósticos meteorológicos); y en cuanto a lo de global, tampoco se compadece
con el hecho de que los casquetes polares muestren, según algunos, espesores
que suponen máximos históricos (como tampoco con esas imágenes de ciudades de
Nueva Inglaterra paralizadas por la nieve que, hasta donde yo sé, se debería
fundir con un clima calentado).
Y
llegamos al punto del papel que juega la actividad humana en todo esto. Que
estamos arrojando a la atmósfera más CO2 que en toda la Historia,
pase. Que eso no ayuda precisamente, también. Pero que sea determinante en el
proceso es algo que pongo en cuestión. Y no porque, como sarcásticamente haya
señalado algún familiar, sea creyente y piense que la Creación es algo perfecto
que no puede ser desbaratado por los seres humanos, sino porque soy bastante
consciente de la insignificancia de la humanidad en el esquema general del
Universo.
Pero
el clavo definitivo en el ataúd de mi disposición a admitirlo es el hecho de
que, al tiempo que las predicciones de los calentólogos
se demuestran erradas vez tras vez, también salen a la luz el falseamiento
sistemático que hacen de los datos que aportan. Si tan en lo cierto están, ¿por
qué mienten tan contumazmente y por qué yerran tan obstinadamente?
Si
a eso unimos el hecho de que sus propuestas son, en general, delirantes, cuando
no directamente suicidas –como la de acabar con el CO2 de la
atmósfera-, apaga y vámonos.
Y
así ahorramos electricidad, lo que a buen seguro les gustará.
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