Hace
un mes, una mujer sexagenaria se suicidó cuando iba a ser desahuciada (inmobiliaria,
que no médicamente). Hasta aquí, nada fuera de lo habitual (entiéndaseme, no es
que sea una situación deseable pero, desgraciadamente, no es infrecuente).
Mientras
gobernaba la derecha, la ultraizquierda montaba algaradas en contra de los
desahucios y culpaba a las instituciones de las desgracias que acontecían. Pero
hete aquí que, una vez ocupadas esas
instituciones que antes tanto denostaban, parecen haberse olvidado de aquellos
a los que decían defender. Porque, ¿qué otra explicación tiene el que, al
parecer, la futura desahuciada acudiera al ayuntamiento de Madrid y nadie se preocupara por ella? O, como dice un portavoz (o no, que sobre eso hay
discusión) de la Plataforma de
Aprovechateguis de las Hipotecas, nadie asumiera que había una situación de
riesgo que había que atender.
Como
dice el dicho, prometen hasta que se
meten, y una vez se han metido… adiós a lo prometido.
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