Cuando
la estulticia se mezcla con la ignorancia y la maldad, el resultado es una
papilla de difícil digestión para todo aquél que tenga un poco de inteligencia,
sentido común y estómago.
De
un tiempo a esta parte, tanto al Norte como al Sur del Río Grande –al Sur del
paralelo 49 latitud Norte, habría que decir- se ha tomado la costumbre de poner
a parir a los colonizadores españoles (curiosamente, a portugueses o franceses
no, no digamos ya británicos u holandeses) de América en general, y a Cristóbal
Colón en particular. En los países de habla hispana el movimiento suele
provenir de movimientos de izquierda, falsamente indigenistas (ya me dirán a
qué lengua andina pertenece el nombre Evo),
cuando -como le dijo Salvador de Madariaga a Fidel Castro no fueron sus
antepasados (los del español) los que oprimieron a los indígenas, puesto que
permanecieron en España, sino los del marxista, que fueron quienes viajaron a
América- fueron los criollos tras la independencia los que más oprimieron a los
amerindios.
En
los países anglosajones –léase, Estados Unidos-, son los cretinos de izquierdas
los que le hacen el caldo gordo a la famosa leyenda negra, criticando el genocidio supuestamente cometido a
partir de la llegada de las tres carabelas. Fueron los estadounidenses quienes
enviaron a las tribus indias mantas infectadas de viruela; es a un militar
estadounidense a quien se atribuye la frase el
único indio bueno es el indio muerto; han sido los estadounidenses, en fin,
quienes encerraron en reservas a los
pobladores indígenas.
Por
eso, el que ahora retiren una estatua de Cristóbal Colón en Los Ángeles (nombre
más español, imposible), alegando que reescribe
un capítulo manchado de la historia e idealiza la expansión de los imperios
europeos y justificándolo como un
acto de justicia reparadora para los habitantes
originales es, como poco, un enorme ejercicio de hipocresía.
Porque
la alternativa es considerarlo una iniquidad.
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