Tradicionalmente,
ha venido pensándose que derecha equivalía a nacionalismo e izquierda a
internacionalismo (proletarios del mundo,
uníos y todas esas pamemas). Esto quizá fuera así hasta hace cosa de un
siglo, cuando surgieron los fascimos, ideologías eminentemente nacionalistas,
sí, pero también de izquierdas: Mussolini era socialista, y el pintor fracasado
del bigotito chaplinesco militó y dirigió un partido que era nacional y
socialista (esto que digo suele ser olvidado convenientemente por los progres
de toda laya).
Vemos
así que las izquierdas también pueden ser localistas, egoístas, insolidarias. En
España tenemos un buen ejemplo con la inexistencia de un plan hidrológico
nacional y sus correlatos. Ya articulado en las postrimerías del aznarismo, la
llegada del rodrigato lo derogó, sólo
por el hecho de haber sido aprobado por la derecha.
Ahora,
con el sanchismo y su mucho humo y
pocas pajas (salvo las mentales), volvemos a lo mismo: los localismos, el
enfrentamiento entre regiones, la insolidaridad, el egoísmo en suma. La encargada
del pomposamente denominado ministerio de
transición ecológica (de transición ¿hacia qué?, me pregunto yo) ha cerrado el grifo del trasvase Tajo-Segura y solo lo activará cuando considere que hay necesidad. Lo que, lógicamente,
ha puesto en pie de guerra al Levante español, donde en parte gobiernan sus
correligionarios.
Quizá,
como he comentado hace poco con uno de mis hermanos, la solución de Vox de
eliminar las comunidades autónomas no sea racionalmente factible. Pero unas
cuantas competencias sí que habría que recentralizarlas, por el bien de todos.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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