Durante
esta semana se ha organizado un buen jaleo acerca de los debates durante la
campaña electorar: cuántos y con quiénes.
Vaya
por delante que imponer los debates por decreto, como las primarias o el jurado,
me parece un error. Se trata de instituciones, de figuras, que funcionan en
otras culturas jurídico-políticas; básicamente, las que tienen una raíz
anglosajona.
Las
primarias, por ejemplo. En EE.UU., los partidos son apenas nada, salvo en época
electoral: no hay consignas partidistas, no hay voto teledirigido. Allí, el
candidato se debe a sus electores, y lo sabe; y por eso mismo se cuidará muy
mucho de hacer algo que les desaire. En España, en cambio, los partidos lo son
todo. Tan todo son que más que en una
democracia, vivimos en una partitocracia, y todas las instituciones que toca lo
público –salvo, quizá, la Corona-, desde el Tribunal Constitucional hasta las
(¿difuntas?) cajas de ahorro se constituían en función de cuotas partidistas.
En
Estados Unidos, los debates sirven para algo: es paradigmático el de las
presidenciales de 1.960, en las que un simple senador (si es que ser un senador
de los Estados Unidos puede ser calificado de simple) venció a todo un vicepresidente en ejercicio por el simple
hecho de su telegenia. Los debates allí son verdaderas batallas, en las que los
moderadores –o el público- van a pillar
a los candidatos.
En
España, en cambio, no hay debate: se trata de una sucesión de monólogos en los
que todo está pactado de antemano. Quizá la única excepción a la regla fue el
exabrupto de Sin vocales llamando indigno a Rajoy (habló de putas la Tacones… y para lo que le sirvió, se
podría haber quedado callado).
Y
vamos a lo que vamos: inicialmente, Vox quedaba fuera de los debates, al menos de
los que organizara la televisión pública estatal. Esto provocó que el partido más
a la derecha de los que tienen perspectivas de jugar un papel a nivel estatal
interpusiera una denuncia ante la Junta Electoral Central. Probablemente, el
recurso lo presentaron con la boca pequeña, puesto que el quedar fuera del
debate les beneficiaba: aparecían como víctimas, y no corrían el riesgo de
defraudar expectativas. Porque, reconozcámoslo, Abascal está todavía un poco
bisoño.
Aunque
ver a Abascal y al Chepas dándose de
bofetadas (dialécticas) tendría su gracia, desde luego…
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