El
juicio a los responsables del golpe de Estado en Cataluña está sirviendo para
poner de manifiesto varias cosas.
En
primer lugar, el absoluto carácter miserable de la facción sectarizada de la
sociedad catalana. Resulta bastante terrible leer que un guardia civil herido
la jornada del butifarrendum II por
un puñetazo en la boca declare que una doctora no les quería atender. Vamos a
pasar por alto el que fueran, para esa galena, el enemigo; pero es que estaba faltando al juramento hipocrático. Claro,
que en un mundo en el que hay médicos defensores del aborto o la eutanasia, el
no curar un puñetazo es casi pecatta
minuta.
En
segundo lugar, esa mezcla de soberbia y estulticia que muestran tanto los
golpistas como sus letrados defensores, que o bien mienten descaradamente o
bien pretenden guiar la declaración de los testigos, incluso saltándose a la
torera (qué cosa tan tauromáquica) las disposiciones de la Sala. Afortunadamente,
el tribunal que juzga el caso está demostrando, a partes iguales, su absoluta
imparcialidad y su igualmente absoluta firmeza para no permitir estas salidas de tono.
Y,
en tercer y último lugar, la completa falsedad de todo el relato que los
propios golpistas tejieron en torno a la jornada del golpe. A este respecto, el
fiscal ha dejado en evidencia la pasividad de la policía regional el día de autos. Sus palabras
no tienen desperdicio alguno:
¿No resultó herido ningún agente? No hay más preguntas
¡¡¡VIVA
ESPAÑA!!!
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