Pedro
Sánchez es, de lejos, el peor presidente de Gobierno que ha tenido España en
décadas, amén del peor candidato que ha tenido el PSOE en su historia reciente
(y mira que los precedentes no eran para tirar cohetes precisamente). A pesar
de ello, es probable que su partido sea el más votado en las próximas
elecciones generales, y es hasta posible que logre reeditar el llamado gobierno Frankenstein.
Ello
se deberá, en alguna medida, a que las
derechas se lo han puesto casi en bandeja de plata. En parte, por la
división que se ha producido en esa parte del espectro ideológico –hace ya
treinta años me gané una matrícula de honor en Político II vaticinando que la
derecha jamás ganaría unas generales hasta que la mayor parte del voto se
concentrara en una sola formación, y la victoria de Aznar en el 96 me dio la
razón-, y en parte por las puñaladas traperas que algunos propinan a otros.
Tenemos
el caso del hasta hace poco presidente de la comunidad autónoma de Madrid –presidente,
como quien dice, por cinco minutos escasos, pero presidente al fin y a la
postre-, Angel Garrido, que después de no ser designado candidato para las
próximas elecciones regionales y haber aceptado un puesto de salida en la lista
para las europeas, se ha pasado con armas y bagajes a un partido al que no hace
tanto tildaba de oportunista, incongruente y de populismo pop.
Que
la decisión ha sentado bien en Ferraz lo demuestra la reacción de los
socialistas (aunque de ésos nunca te puedes fiar), cuando han dicho que el PP se descompone y han tildado a
Ciudadanos de partido vertedero, o
cuando Sin vocales vende estabilidad frente a las derechas que se despedazan con el tomahawk de Garrido.
Garrido
lo puede haber hecho por un cambio en sus convicciones (repentino, eso sí), o
por haber quedado arrobado ante la elocuencia de Alberto Ribera en los debates
televisivos consecutivos. Pero claro, si luego dice cosas como que a mí se me comunicó que no iba a ser candidato una vez que se había nombrado a la candidata, da la impresión de
que supura por la herida y que actúa por despecho.
Mientras,
otro detrito que ha acabado en el partido vertedero se ha despachado
equiparando a los independentistas con Vox. Será que los revolcones
(dialécticos) que le propinó su tocaya en el Congreso hará una década no le han
permitido recuperarse todavía a su neurona.
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