Con
el asunto de los lacitos amarillos en los balcones este pasado mes de Marzo,
hemos visto las cuatro fases básicas del comportamiento de los golpistas
catalanes.
Primero,
lanzan la jugada, esperando que el contrario no reaccione: en este caso, llenar
las sedes de organismos oficiales de lazos amarillos y de pancartas a favor de
los políticos presos.
Luego,
cuando el Estado reacciona –lo cual no siempre se ha producido, aunque
últimamente sí con cierta frecuencia, supongo que porque los españoles de a pie
están ya hasta los mismísimos dídimos-, intentan desobedecer el mandato: se negaron a quitar los lazos y las pancartas.
Cuando
el Estado mantuvo el pulso, intentaron sortear el tema: o bien pusieron lazos,
pero no amarillos, o bien pusieron cosas amarillas, pero no lazos. Una manera,
supongo, de intentar convencerse de que siguen siendo unos machotes que plantan
cara al malvado y opresor Estado español.
Finalmente,
si el Estado se mantiene firme (y avanza acciones judiciales o, lo que es peor para ellos, tocarles el bolsillo), acaban reculando, envainándosela, metiendo el
rabo entre las piernas, cediendo o como queramos llamarlo.
Pero
no nos engañemos: esto es sólo hasta la próxima. Porque el único lenguaje que
entienden estos matones es el de la firmeza.
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