Poco antes de ponerme a escribir esta
entrada, mientras comía, tenía de ruido de fondo un programa de radio en el que
una de las interlocutoras no paraba de usar lo que yo llamo lenguaje
excluyente y que los progres llaman, naturalmente, lenguaje inclusivo.
Esta interfecta, además de ser inequívocamente
progre (todos los populismos son malos, pero los de derechas son peores;
todas las guerras son malas, pero si en una hay judíos, los malos son los
judíos; los requisitos del Derecho Internacional para calificar una serie de
actos de genocidio vienen a ser una tontería, porque ella sabe perfectamente
cuándo se está cometiendo un genocidio –¡Premio!, en la Franja de Gaza- y
cuándo no), no paraba de desdoblar el masculino plural genérico: diputados y
diputadas, ciudadanos y ciudadanas, políticos y políticas, y
así ad nauseam.
Supongo que la interfecta tendría un orégano
de satisfacción -equivalente a aquel de Masturbito aplaudiendo a zETAp
en el Parlamento, en tiempos de lo que ella denominó conjunción planetaria
con Bobama- cuando la indocta egabrense -y si no fue ella, merecería
serlo, por la sarta de tonterías que ha soltado… y eso sólo las que se la
conocen- dijo que la cámara baja de las Cortes Generales debería llamarse Congreso
de Diputados y Diputadas.
Ahora, sus correligionarios han decidido dar
un paso más allá(o uno más acá) y han decidido modificar el reglamento
de la cámara para que pase a denominarse Congreso a secas, para
escribirlo en lenguaje inclusivo.
Además de que poco efecto va a tener, puesto
que el rótulo del frontispicio va, hasta donde sé, a permanecer inalterado,
para que su decisión tuviera efectos erga omnes van a tener que reformar
la Constitución, porque su artículo 66 dice (tan claro que hasta Pachi lo
entendería) que las Cortes Generales (...) están formadas por el
Congreso de los Diputados y el Senado.
Por cierto, que fue poner lo anterior en
Twitter y enseguida empecé a verlo reproducido por todas partes… y sin darme el
crédito.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!